sábado, 16 de agosto de 2008

Yo soy el interlocutor de mi interlocutor. De cuando en cuando descubro que mi interlocutor es un imbécil, y no en raras ocasiones él decide que quien le conversa es un idiota, o un irracional, o un idealista, o un ser despreciable. Será que su interlocutor se ahoga y corroe en medio de los cardúmenes humanos llenos de gente sin valor ni ser que le suelen rodear aunque su voluntad así no lo quiera. Ese es el precio de ser medido y de ganar títulos para colgarlos en la pared y decir: "Soy un logrado; me han fabricado correctamente. Cómprame por favor." Sí, esos controles de calidad por los que nos filtran a menudo nos convierten en buena comida, claro que sí. Excelente manjar para el búfalo policéfalo de la corrupción y el consumo. Nada más que eso. "Que debemos poner el individuo ante todo", he querido decirles en momentos de lucidez y libre-yo, pero dos batanes me requiebran la mandíbula cuando deseo hablarlo: La burla de los comediantes que los hacen risotear falazmente y la cobardía interior que me acompaña desde que soy ciudadano respetable. De aquí en adelante no digo más; ya siento a la caterva infernal que me observa y desespera.

Sergio X. Palma. Managua, 21 de mayo de 2008.

La Guerra Mortal de los Sentidos: Memoria e identidad o la carnavalización de la historia

Saber narrarla [la realidad] es más arduo que narrar lo imaginado:
hay que inventar mucho más. Todo gira en derredor de lo vivido y lo soñado.

Luis Cardoza y Aragón

El señor Monteverde (conocido en la novela como El Buscador del hablante Lenca) llega a Honduras procedente de España donde reside, con el fin de impartir unas lecciones de fonética y fonología en la Universidad Nacional. Desde que desembarca se da cuenta que una serie de vocablos y frases aún en uso por los habitantes de la ciudad (principalmente de los sectores populares) representan remanentes de la aparentemente extinguida lengua indígena Lenca. A partir de esa experiencia inicial se dedica a buscar a un “presunto hablante Lenca”. Toda su vida la dedica a la tarea de dar con el paradero del supuesto único hombre vivo que usaba esa antigua lengua para comunicarse, para ello recorre toda la geografía hondureña (y más allá); entrevista a una serie de informantes quienes dan fe de su existencia y de la cultura milenaria que guarda para sí. Muchas de las peripecias vividas por el buscador se desarrollan entre los pueblos ficticios de El Gual, El Reguero y sus alrededores.

Por otro lado, Chema Bambita “hombre honrado y agrimensor real”, nacido a finales del siglo XVIII, perteneciente a una familia adinerada con fuertes raíces españolas, comienza su extraordinaria vida, alimentándose desde niño con molonca (aguardiente de origen indígena), elemento que aparentemente le hizo identificarse con la cultura indígena, a la cual apoyaría durante toda su vida, a tal grado de ser denostado y marginado por los criollos y gachupines, antes y después de la independencia. Desde niño, Chema demuestra poseer una gran inteligencia, por tal razón su familia organiza su educación de acuerdo a esa condición de niño prodigio. En todas las artes en las que participa sobresale por sus dotes “sobrenaturales”. Igualmente logra conocer y hacer suyo todos los secretos de la cultura ancestral, incluyendo la “rebelión de los objetos”. Por esa rara virtud (de conocer los secretos de la naturaleza), viniendo de un “español”, se le llega a vincular con los Sisimite, seres míticos los cuales, por su fisonomía y personalidad extraña, están vinculados más que a lo divino a lo satánico. Al final de su larga y azarosa vida, decide heredar una parte de su fortuna (finca, casa y ganado) a los indígenas con quienes vivió toda su vida, el dinero en moneda y otros bienes los manda a enterrar. Al mismo tiempo lanza una maldición a todos aquellos que incumpla su última voluntad.

Hasta allí las dos historias centrales que cruzan de forma transversal toda la novela. No obstante, de forma alternada se desarrollan otras historias las cuales se entretejen de alguna forma con las centrales, por ejemplo la historia de Henry, quien al parecer es descendiente de Chema Bambita, la del “Gringo” Silverio quien en su condición mestiza se identifica con la cultura indígena. Lo importante a destacar, es el hecho que alrededor de esas dos historias centrales se desarrolla toda una lectura, donde -como dice Héctor M. Leyva- “están implícitas las más viejas preguntas sobre la condición humana y el destino del hombre, sobre la conciencia del ser y el sentido de la historia” (Leyva, 2003:.230).

Acerca del autor, Roberto Castillo, se sabe que antes de ejercitar la literatura de ficción, se dedicó a la enseñanza de la filosofía en las universidades de su país Honduras. Miembro fundador de la editorial Guaymuras, autor de cuentos, novelas y ensayos filosóficos. En 1984, con el cuento “La Laguna” obtuvo el Premio Latinoamericano Plural en México; en 1986, con el cuento “El hombre que se comieron los papeles”, el 2do lugar en el Certamen del Ateneo Cultural de Buenos Aires. En 1981 incursiona en el género novelístico con la novela corta El Corneta. La Guerra Mortal de los Sentidos es su segunda novela, bajo el sello Ediciones Subirana, publicada en el 2002.

Hay algunos elementos autobiográficos y contextuales que pueden explicar de alguna manera la aparición de la novela y el espacio geográfico en la que se desarrolla. Castillo nació en Erandique, Departamento de Lempira, en el occidente de Honduras (Euraque, 2003: 253). Por otro lado, la inquietud temática del autor se inscribe (tiene su origen) al parecer, dentro de la resaca dejada por los festejos de las celebraciones del V centenario del “descubrimiento”, acontecimiento que se “tradujo en Honduras en afanosas investigaciones lingüísticas, antropológicas e históricas sobre el pasado indígena”. De igual manera se pretende reflexionar sobre el “problema de la identidad que gravitó en Honduras durante las últimas décadas del siglo XX” (Leyva, 2003: 229, 233).

(Re) Presentación de la Historia/historias

El único suceso histórico que es registrado por la historiografía, es el relacionado con el cacique Lempira, el cual es representado de forma paródica en la novela. El resto de historias, son invenciones a través de las cuales se citan a personajes históricos y contemporáneos (Bolívar, Hitler, Kennedy, Habermas entre otros) con el fin de problematizar sobre la historia y la identidad nacional del hondureño dentro de un contexto universal. La presencia de Lempira está implícita (y explícita), en toda la obra, desde el mismo momento en que se busca al mítico “Hablante lenca”, en una geografía en donde ese grupo indígena tuvo presencia histórica (occidente de Honduras) hasta en la representación que se hace de la muerte del valiente cacique.

Según Olga Joya, hasta 1987 había dudas acerca de la existencia histórica del cacique Lempira, cuando para esa fecha, el historiador Mario F. Martínez Castillo “publicó un documento encontrado en el Archivo General de Indias de Sevilla el cual probaba finalmente la existencia casi legendaria de este aguerrido cacique” (Joya, citado por Euraque, 2003: 262). Pese a esa incertidumbre, desde el siglo XIX, la gesta de Lempira ha servido a la historiografía oficial para construir una “nacionalidad hondureña” cuya base identitaria se sustenta en el mestizaje (Euraque, 2003: 264-265). La gesta de este “líder visionario” es reconstruida por los historiadores kramer, novell y Lutz de la siguiente manera:

“En relación con la oposición indígena en Honduras, se menciona siempre el nombre de Lempira, cacique que inspiró y dirigió una rebelión generalizada en la provincia de Cerquen (Higuera) en contra de los invasores (…) Parece que la llegada de los invasores europeos hizo posible la unificación de los pueblos que antes eran independientes y estaban frecuentemente en guerra unos con otros. Lempira intentó atraer a su causa, apelando a los sentimientos de raza y lealtad indígena, a los aliados mexicanos y guatemaltecos (…) pero [estos] se mantuvieron firmes al lado de los europeos.

A pesar del rechazo de los indios aliados, la rebelión se extendió y dio aliento a revueltas simultáneas entre los indígenas del valle de Comayagua y de las regiones de San Pedro Sula. El plan aparente de Lempira era echar a los invasores fuera de Higueras. Mientras que secretamente reclutaba apoyo y almacenaba provisiones en su reducto de Penol de Cerquen, Lempira ignoró los requerimientos de Montejo de que reconociera el dominio español y aceptara las enseñanzas de la nueva fe católica (…) La rebelión dirigida por Lempira sólo terminó en 1539, con el asesinato del cacique por parte de los españoles, cuando estos arreglaron una supuesta reunión amigable para atraparle.” (Kramer, Novell y Lutz, La conquista española en Centroamérica, Historia General de Centroamérica, T. II, FLACSO, 1992: 64-65)

La estructura narrativa al igual que la trama de la novela, es compleja, rompe con los moldes convencionales. Si bien el autor/narrador omnisciente (que ordena los textos y se representa en 3ra persona) de la obra es Illán Monteverde, bisnieto del “Buscador”, a lo largo de la misma, a través de una variedad de textos (que recrean distintos tiempos y espacios geográficos) se incorporan otros narradores, dando una visión múltiple. Retomando las ideas de Kurt Spang, el modo de narrar está más cerca de la historiografía interpretativa (y por tanto de la novela histórica antiilusionista), que de la objetiva o documentalista, ya que al no haber una única historia, que evolucione en un tiempo lineal y progresivo, sino fragmentado (con avances y retrocesos), la opción que le queda al lector, es la de tratar de reconstruir el/los significados textuales, históricos y estéticos que se plantean en la misma, rompiendo el efecto ilusionista característico de las obras decimonónicas. No hay ninguna intención de narrar una historia lineal, unívoca, sino bivocal, dialógica y polifónica.

De hecho, el tiempo y el espacio geográfico que confluyen a largo de la novela, no es uno, sino varios. Suele ser difícil ubicarlos ya que no se mencionan fechas específicas, lugares conocidos, ni las historias representan –en general- hechos históricos significativos. No obstante, en diversos episodios se hacen alusiones a ciertos acontecimientos históricos relevantes. Las pistas que nos da el autor para ubicarlos, es a través de referencias directas de personajes históricos y contemporáneos, además de ciertos recursos meta-textuales. Por ejemplo, sabemos que la historia de Chema Bambita es de finales del siglo XVIII e inicios del XIX, por las alusiones que se hacen de la división social, basadas en las razas (españoles e indios) y por la mención de Simón Bolívar, a quien Chema Bambita le escribe una carta en la que le ofrece ayudar para derrotar a los españoles (entre otras alusiones). La historia de Rudolf Pacard y del Gringo Silverio, se ubican en los años treinta y cuarenta, por las alusiones al fascismo, Hitler y la SGM; la del Buscador, de Henry y de la Perena se puede ubicar en un lapso de tiempo que va desde los años sesenta a los noventa, por alusiones a la Alianza para el progreso, Kennedy, la película Eréndira (basada en la novela de García Márquez) y filmada en los años ochenta, los Contra y la guerrilla del FMLN.

En cuanto al espacio geográfico, si bien está claro que El Gual y El Reguero no son pueblos reales, su ubicación se representa en el occidente de Honduras, por las referencias a pueblos de ese lugar, como Comayagua, San Marcos de Ocotepeque y otros ubicados en El Salvador (Sonsonate) y Guatemala (Esquipulas, Chiquimulas): “El Gual toma su concepto de la existencia de cinco ríos que desembocan todos en el río mayor, el río Lempa: Sumpul, Mocal, Pichigual, Guaruja, Guarajambala y Torola” (206).

La organización (y estrategia narrativa) de la novela –como se dijo anteriormente– rompe con los moldes tradicionales, ya que en ellas confluyen una variedad de textos y discursos cuyas matrices se pueden encontrar en la sociología, la publicidad y la etnología entre otras. Casi al inicio de la novela, en lo que se podría llamar “la introducción” (Ser todas las cosas vivir todas las vidas y expresar todas las voces) el autor/narrador ficticio (Illán Monteverde) quien escribe desde el año 2099, adelanta la estrategia narrativa a seguir. Por un lado, dice que seguirá las mismas inquietudes culturales y estéticas de su bisabuelo, quien vivió después de la mitad del siglo XX: “evocar una época que supo mostrarse con grandeza a través de un género que ha caído en desuso (la novela) (9) ya que “este instrumento demostró tener existencia propia y me ensenó que uno puede ser todas las cosas, vivir todas las vidas y expresar todas las voces” (9). Más adelante dice: “no escribo como hombre de mi tiempo, sino que procedo como si fuera nacido y educado en aquel (SXX) (…) He respetado los estilos de decir y de contar, la sensibilidad y fantasía que el Buscador –así merece que le llamemos- exploró como nadie” (10), para concluir: pasé por varios modos estéticos, en veloz y desconfiado tránsito hacia mis propias formas; y en ella mi regocijo adquiere la figura de un solipsismo afortunado nostálgico…” (11).

Aún más, antes de este texto aparece otro, acompañado de un epígrafe de Aristóteles, el cual representa una nota escrita por el hijo del Buscador del Hablante (Manuel Monteverde, abuelo del escritor ficticio) quien por medio de recuerdos evocados, adelanta los recursos estéticos a usar y la temática a seguir: “durante muchos años yo no sabía dónde estaba, únicamente que me eran entrañables unas gentes por su forma de hablar y de comer –más que por la de vestirse- y por una mentalidad que a pesar de todos los cambios operados en mí no me han abandonado nunca”.

La novela está dividida en 29 capítulos, en cada uno de ellos se intercalan fragmentos de textos, los cuales se van alternando en las diferentes historias. De igual manera, los puntos de vista narrativos se suceden uno tras otro (o se trasponen) y donde los sujetos de la enunciación (discurso), se expresan a través de una variedad de ángulos dentro de la diégesis, (desde la tercera persona para el autor narrador ficticio, hasta la primera persona para los protagonistas de las diferentes historias que se representan). La narración en primera persona tiene la particularidad de dar la ilusión de trascripción de las conversaciones y entrevistas que el “Buscador” recopiló a lo largo de su vida en que anduvo tras las pistas del Hablante Lencas, por ello vemos en todos los capítulos textos de los diversos “informantes”, de igual forma las conversaciones que este personaje tuviera con intelectuales relacionados con el tema (caso de Iris Aileen y Rodrigo), hasta el sonido de la grabadora: clic (457). Esta estrategia narrativa permite no perder de vista que lo que se da a conocer son los textos dejados por el “Buscador”, los cuales permiten “evocar” episodios que en los mismos no están muy explícitos, como son aquellos relacionados con Chema Bambita, Rudolf Pacard, Henry y La Perena, entre otras, los cuales dan una idea de las inquietudes culturales del Buscador narradas en tercera persona.

Historia versus Memoria o la Historia de la Memoria

Al “difuminarse” la trama en una diversidad de relatos con poca o nada relación, nos encontramos que uno de los niveles desde el cual se puede acceder para comprender el conjunto de la novela, es desde la subjetividad, es decir, desde la experiencia sensorial, porque lo que pretende el autor, más que conocer (propio de la Historia) el de representar la experiencia individual o colectiva. Como nos advierte Leyva, “no puede perderse de vista que La Guerra mortal de los sentidos es una novela de un filósofo” (Leyva, 2003: 231). Por ello, lo que subyace en la problematización implícita de la novela, es la relación memoria versus historia en la construcción de la/las identidad/des nacionales.

La relación historia-memoria-identidad presente en la obra, se puede rastrear, no sólo a partir de las diversas historias que se representan, sino a través de los recursos narrativos y lingüísticos a los que apela su autor para estructurar la novela. Antes de entrar en detalle es bueno acotar esos conceptos con el fin de ver como se da esa relación en la novela.

El concepto de historia es harto difícil de definir, principalmente si lo vemos desde la óptica de los teóricos literarios, especialmente desde los estudios de la Nueva Novela Histórica, los cuales siguiendo a Hayden White, reducen (simplifican) el ejercicio de la interpretación del pasado a un asunto de construcción narrativa, incorporando con ello la inquietud de la dificultad de acceder a un tiempo/espacio no vivido por el que escribe. Una definición clásica de Historia, es aquella que “designa la actuación del hombre en el tiempo y también los resultados del historiador”. De acuerdo a los modos de historizar se plantean dos definiciones: para los historiadores objetivistas y documentalistas, la Historia busca como presentar la verdad desnuda sin ningún adorno y mostrar sólo lo que pasó (Leopold Ranke, citado por Spang). Según el modo historiográfico interpretativo, hacer historia “no es repetición o reproducción de los acontecimientos, sino organización constructiva específica de elementos […] espacios temporales localizables, una organización que otorga significación y sentido” (H. M. Baumgarten, citado por Spang, 1995). Por su lado Paul Ricour refiriéndose al concepto de historia, señala que historia sigue siendo historia en la medida en que todos sus objetos reenvían a entidades de primer orden –pueblos, naciones, civilizaciones- que llevan la marca indeleble de la pertenencia participativa de agentes concretos en la esfera práctica y narrativa (citado por Spang).

Los anteriores conceptos, nos remiten a enfoques distintos los cuales resumen (de alguna manera) la forma en que se han manejado estos, en términos prácticos, a lo largo del desarrollo historiográfico. No obstante, es importante hacer una diferenciación del uso de los conceptos, según el nivel de análisis que se plantea en el estudio. A nivel del contenido y de la tramatización, el planteamiento (implícito) cuestiona no sólo una visión tradicional de ver la historia (representada por el primer concepto) sino de la misma historia oficial, la cual impone un criterio “selectivo” (de acuerdo a intereses particulares) y no “representativo” de los diversos sectores sociales del país. De allí la parodia a las celebraciones de Lempira, y el recurso a la memoria, en los cuales se apoya la estrategia narrativa del autor. Castillo no está convencido de los recursos de los que hecha mano la historia (como disciplina y como discurso hegemónico), para acceder al pasado y entender el presente, por eso piensa que “el escritor (literario) ha sido y es el rebelde nato contra las distintas modalidades que asume la historiografía” (citado por Euraque, 2003: 251).

Ahora bien, el cuestionamiento a la historia (oficial) incapaz de aprehender toda la complejidad ontológica de la hondureñidad, que permita definir una identidad propia, “inclusiva”, es lo que lleva al autor (real) a recurrir a la memoria. De hecho “la memoria también hace posible la identidad” (Rosa et al., 2000: 349-350). Aunque al ser la memoria una abstracción, “sería más ajustado hablar de memorias, susceptibles de actualizarse mediante actos de recuerdo, dirigidos a situaciones del presente y mediados por los rastros que nos ha dejado el pasado” (Rosa et al., 2000: 350). El concepto de memoria colectiva (lo cual se ajusta a nuestro trabajo) se define como “la transmisión oral o informal del pasado del grupo de pertenencia del sujeto” (Páez et. al., 2000: 385). Como ocurre en la novela, “la identidad nacional, se acentúa por medio de rituales, ceremonias y otros artefactos de la memoria colectiva” (ibid.: 386).

El recurso a la memoria como elemento identitario, se manifiesta en la novela por medio de las diversas historias que se tejen y que están arraigadas en el imaginario colectivo y cuyas expresiones individuales y colectivas son representadas por sectores sociales concretos. Son recuerdos que de alguna forma tienen como sustento la memoria oral, incluso se podría decir que todas las historias se sostienen a partir de ese recurso, cuyo origen se remonta a lo ancestral a lo popular. El Buscador, busca (valga la redundancia) las pistas del “Hablante Lenca no en una biblioteca, sino en la memoria colectiva del pueblo, en el habla, en las costumbres y otras prácticas dispersas en la geografía cultural de Honduras; en las peripecias vividas por Chema Bambita, el Gringo Silverio, las travesuras de Henry, la prostituta Bibita (junto con sus amigas, la Perena, la Tarzana) y el “Alemán” Rudolph Pacard. Porque como dice el autor/narrador (ficticio):

“El Gual, formaba un conjunto vistoso de imágenes y palabras. Allí estaba presente –y de alguna manera despierta- la lengua que quería encontrar el Buscador del Hablante Lenca; pero no se recogía en la personalidad de un solo individuo, sino que se había fragmentado entre muchos y cada uno andaba como con pena de exhibir el pedazo que le había tocado en suerte.” (240)

Algo interesente en relación a la identidad, es que en la novela se confrontan dos formas distintas de aproximarse a la definición práctica de la misma, representando dos visiones opuestas: una la del poder y la otra de la subalternidad. Una de ellas tiene que ver con lo ancestral, lo hispano, representado por El Hablante Lenca, y Chema Bambita. La otra, con lo contemporáneo, europeo, representado por Rudolph Pacard y Giacomo Barbanelli. La primera se representa, a partir de las evocaciones al lenguaje, a las representaciones del imaginario mágico, exótico, como los Sisimetes, la Ciguanaba, y la “rebelión de los objetos”. La segunda, de alguna manera entronca con las celebraciones oficiales acartonadas, expresadas en las tres fiestas que celebran el “ser caótico nacional”: el recibimiento del embajador gringo en el Gual, el partido de fútbol entre Honduras y El Salvador y la conmemoración de la muerte de Lempira (Leyva, 2003: 242, 244).

Esas dos concepciones de identidad contraponen los conceptos de historia y memoria, como fuente creadora de lo nacional. La primera está relacionada con el poder, con lo oficial y la segunda con lo subalterno, lo marginal. En la novela, la Historia es representada por los actos oficiales y las fiestas nacionales, las cuales son parodiadas con el fin de desacralizar esos fundamentos rituales por superficiales y excluyentes. Mientras que la Memoria articulada por medio de lo oral, y de las prácticas culturales de reingambre mítica, es la que sustenta y galvaniza la verdadera identidad nacional, la cual es representada por los sectores populares quienes a pesar de la penetración cultural foránea (globalizante la llama Leyva) conservan de alguna manera, en el imaginario colectivo y en las prácticas cotidianas esa cultura ancestral.

Recursos literarios y lingüísticos

La estrategia y los recursos de los cuales el autor se vale para problematizar sobre la relación conflictiva entre historia, memoria e identidad (subyacente en las tramas de las historias representadas), son diversos, ya que echa mano de una variedad de figuras literarias y retóricas. Para adentrarnos a este tema, es importante recordar el planteamiento de Hayden White, ya que al afirmar que el conocimiento histórico es posible solamente por medio del conocimiento de la lengua (reduciéndolo a figuras retóricas específicas, como la metáfora, metonimia, sinécdoque, e ironía), problematiza acerca de la dificultad –como se decía anteriormente– de acceder al pasado. Por tanto “la visión narratológica de la historia” de White permite recurrir a lo “imaginario” (y dentro de ello la literatura) como fuente para “conocer y comprender la realidad histórica” (Grinberg Plá, s.f.), lo cual entronca con las teorizaciones hechas para acercarse a la definición de la Nueva Novela Histórica.

Al igual que la novela de su compatriota Julio Escoto, Rey del Albor, Madrugada, La Guerra Mortal de los Sentidos pretende ser una obra “totalizante” (Acevedo, 1998: 9-14; Umaña, 2000: 179-198) cuyo eje temático relaciona memoria-historia-identidad nacional. La formación misma del autor, le lleva a recurrir a una serie de figuras retóricas y literarias, con el fin de alcanzar los niveles de abstracción y simbolismo presentes en cada una de las historias representadas. Trataremos de identificar en los diferentes textos algunas de estas figuras, las cuales a nuestro juicio además de ser evidentes, son pertinentes para los propósitos de este trabajo.

Primero hay que decir, siguiendo a Bajtín que el autor recurre a la parodia y la carnavalización para alcanzar sus propósitos estéticos. Hay dos episodios que ejemplifican este recurso literario: la representación de la muerte del cacique Lempira y el partido de fútbol entre las selecciones de Honduras y El Salvador. Ahora bien, la parodia está implícita en la representación carnavalesca. Para Bajtín el carnaval es un conjunto de “lenguajes y formas simbólicas concretas”, expresadas por medio de una variedad de ritos, festejos etc. Para lograr esa condición de carnavalización se hace indispensable poner “el mundo al revés”. Las “antileyes” que hacen posible el carnaval son: la supresión de las jerarquías o status” (supone la eliminación de la desigualdad social), la excentricidad (que permite expresar los aspectos subliminales y reprimidos de la naturaleza humana), las disparidades carnavalescas (la unión de los contrarios y no separación de las diferencias), profanación de los símbolos sagrados impuestos por el poder y la ideología y por último la ambivalencia, el equívoco, la contradicción (Sancho Dobles, 1994: 62). A partir de todo lo anterior, se genera la risa, la burla y la parodia.

El episodio de la celebración de la muerte de Lempira, representado por medio de la carnavilización paródica pretende “criticar” una de las celebraciones oficiales que se organizan año con año alrededor de este héroe. Todas las autoridades de El Gual (el pueblo ficticio representado en la novela) se dispusieron a celebrar esa efeméride junto al pueblo. Los maestros de la escuela dirigen los festejos los cuales tendrán como escenario de la puesta en escena, la plaza central y las calles aledañas del pueblo. Los preparativos de la representación “tal como sucedieron” hace 500 años, implicaba contar con toda una gigantes tramoya al estilo hollywoodense, donde toda una legión de soldados españoles, indios, dignatarios -vestidos a la usanza de la época- se paseaban por las calles creando una imagen de un pasado mítico, imaginario, el cual era roto por la presencia de una vida urbana propia de otras épocas, la cual al contrastarse por medio de las peripecias de habitantes/actores, creaba ese ambiente postizo, ridículo del acto. Veamos dos fragmentos de esa conmemoración:

“Lempira hizo su aparición al frente de sus veinte esposas y los cuatro sacerdotes; el griterío de los indios lo recibió en un crecendo tal que los del pueblo y los visitantes debieron de permanecer un bueno rato con las orejas tapadas. El aire estaba fresco y una niebla tenue bajaba desde El Conal. El cacique subió con dignidad al improvisado peñol y saludó al pueblo con palabras tan convincentes que todos, hasta los españoles, se emocionaron y algunos se pusieron con carne de gallina. Al principio no habló en castellano, sino en la jerigonza que doña Yolanda y Chicle Bomba se habían inventado para la ocasión; pero tuvo que abandonarla pronto, por las caras de perplejidad que vio en los espectadores. Fray Bartolomé de las Casas tenía un aire trágico; y muchos no sabían si era por el nada fácil trabajo en defensa de los indios o porque el padre Iñigo estaba furioso de hacer un personaje que no iba para nada con él. Algo de esto último había, pues a cada rato se rascaba nerviosamente la cabeza.” (433)

Luego de la ceremonia ritual donde Lempira y sus sacerdotes beben molonca hasta embragarse, y cantado ritos latinos “que se oían en las iglesias antes del Concilio Vaticano II”, el cacique da a conocer las malas noticias que el oráculo le anuncia, el ataque por sorpresa de los españoles:

“Ya era más del mediodía cuando las tropas de los españoles, caballería e infantería, se colocó en perfecta formación a un lado del parque. El sol quemaba fuerte y algunos habían botado las corazas y las gorgueras, ya fuera por obra de los combates o porque no aguantaban el calor. Lentamente se abrió paso el emisario español que debía conminar al cacique para conseguir su rendición. Al anca de su caballo, y oculto por una gruesa y larga capa que caía del hombro del jinete, iba un arcabucero. Pasó trotando entre el público, subió por las calzadas del parque y se detuvo frente al peñol. Habló así en castellano:

-En nombre de Dios, nuestro Señor; de Su hijo, Jesucristo; de la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana y de su cabeza visible, el Papa; en nombre del emperador Carlos I de España y V de Alemania, el capitán don Alonso de Cáceres me envía a deciros que debéis deponer vuestra inútil resistencia, y os invita a que abracéis la religión verdadera y seáis un feliz vasallo entre los muchos que ya tiene el Imperio.

Desde el peñol, Lempira, con voz majestuosa que removía a todo el pueblo, contestó:

-La lucha no ha de menguar el arresto ni desmerecer la bravura. Di a tu señor que nosotros ya tenemos dioses y que nuestros hombres sólo siguen a los caciques de las diferentes tribus. Esta batalla continuará mientras haya quienes la sostengan; sólo el que mejor combata triunfará.

El triunfará sonó misterioso y trágico cuando retumbó revuelto con el disparo y el humo de la pólvora. Como bandadas de pájaros confundidos, los indios oyeron el arcabuzazo y se quedaron correteando a lo loco, sin saber qué hacer. Con ligeros y nerviosos movimientos de cabeza buscaron a su jefe, al que vieron llevarse la mano a la frente y soltar la tintura roja que simulaba la sangre. El gesto trágico no pudo ser mejor, pero Lempira se turbó un poco cuando cobró conciencia de que debía tirarse de cabeza y que la caída podía desnucarlo de verdad. Vaciló y, haciéndose como resistía la muerte, estudió la mejor posición para caer…

-¡Sólo a traición lo pudieron matar!

Esto despabiló a los indios, que se lanzaron revueltos en dos direcciones. Un grupo se fue a recoger a Lempira para impedir que los españoles se apropiaran del cadáver. Con gran dificultad, los indiecitos tiznados pudieron levantar y mover el cuerpo de su jefe, que pesaba más de doscientas libras. Lo cargaron juntando todas sus fuerzas y luego, sin que pudieran evitarlo, se les cayó varias veces; por eso los continuos ayes que el pueblo escuchó, y que pusieron la nota de realismo esperado, no tenían nada de fingido.

Otro grupo, el más aguerrido, se lanzó vengativo sobre los españoles. El caballo del emisario que llevó oculto al arcabucero era tan viejo y enclenque que se quedó inmóvil, y no hubo forma de hacerlo salir al galope; los indios lo acribillaron con muchas andanadas de piedra y poites. Los dos guerreros castellanos tuvieron que saltar y correr con todas las ganas; se fueron directamente a la iglesia y se refugiaron detrás del altar…” (446)

Por otro lado, en este mismo episodio de la muerte de Lempira se representan una serie de anacronismos, las cuales buscan el efecto deseado de la parodia, de ridiculizar dicha conmemoración. Además de las constantes alusiones a la estructura del pueblo (cosa que no existía hace 500 años) y los orígenes de los trajes, el autor se vale de la intertextualidad, al hacer una reinvención del poema de Walt Whitman (“¡Oh mi Capitán, ¡mi Capitán!”), a través de un personaje que no estaba en el guión de la puesta en escena, y quien en medio del acto comienza a recitarlo “imponiéndose a los gritos y al caos” (447). Ese recurso del intertexto es utilizado en otra de las celebraciones oficiales, cuando se inaugura una escuela cercana a El Gual y a la que asiste el embajador norteamericano. En esta ocasión el poema de Whitman es trascrito completo, y recitado –en dicho episodio- por el niño Henry (apodado Grindio) en inglés, lo cual se vuelve postizo, ridículo, por el hecho de hacerse ante un público humilde que desconoce dicha lengua. La referencia simbólica utilizando el poema (y las celebraciones de las fiestas) nos remite a esa “aventura identitaria”, asociada a una forma de resistencia frente al devenir histórico” (Leyva, 2003: 245-6) la cual busca preservar los referentes nacionales frente a las culturas hegemonizantes representadas por Estados Unidos.

Otro recurso que privilegia la memoria frente a la historia, es la recurrencia al mundo mágico subyacente en el imaginario popular, incluso esta concepción ancestral, el autor la entronca con otras corrientes literarias en boga como es el realismo mágico cuya máxima figura la representa Gabriel García Márquez. Las referencias que se hacen a una serie de leyendas populares además de remarcar el uso de la memoria y por lo tanto de la oralidad, plantea la resistencia que se da en la actualidad entre un concepto de identidad cuyo sustento está en lo ancestral representado por las leyendas, y otro que trata de negarlo, como son los artefactos culturales de masa. Por eso se observa en la novela un afán por actualizar esas tradiciones, e igualmente por deconstruirlas tal como la modernidad lo está haciendo, y con ello desmitificarla. Ejemplo de ello es la relación de la Perena con la ciguanaba; el origen de la molonca (chicha bruja). La negación moderna de lo mítico, se representa a través de la recepción que tiene en los habitantes de El Gual, la introducción de las historietas (comics) norteamericanos, como Tarzán, El Llanero Solitario, Dick Tracy (y otros objetos de consumo de masa capitalista), lo cual provocó la locura “no sólo de los cipotes sino del pueblo entero”.

Los recursos a las leyendas y otras ritualidades oficiales hacen que la novela sea un gran palimpsesto. El estilo García Marquiano está presente en toda la obra, no sólo por las argucias narrativas o tablero de ajedrez (superposiciones de tramas, desplazamientos temporales e interxtualidades) sino por el uso constante de lo fantástico, la hipérbole (entre otros), como parte de una práctica cultural cuyos orígenes se encuentran en lo ancestral, en la memoria colectiva, la cual se resiste a perderse ante los embates de la modernidad capitalista.

El recurso fantástico (expresado en la rebelión de los objetos) se manifiesta con los ángeles quienes llegan donde don Juan Diego Eleudómino de la Luz Morales, para llevárselo, ya que ha dejado la vida terrenal:

“Recorriendo la ciudad de extremo a extremo, dejándose ver a ratos sí y a ratos no. ¡Cuatro ángeles cargando el cuerpo sin vida de don Juan Diego Eleudomino de la Luz Morales a la hora en que el tráfico era más intenso y las calles producían su mayor bullicio! En un comienzo se les tomó como a personajes de carnaval, sobre todo a causa de la noticia difundida por los alemanes: probado estaba que no había nada. Pero cuando les vieron atravesar gruesas paredes de concreto y refulgir con destellos jamás sospechados, ya no le quedó ninguna duda a nadie”. (47)

La rebelión de los objetos, es un estado especial de las fuerzas de la naturaleza, las cuales trastocan su funcionamiento normal. Su origen viene de una maldición lanzada por un cacique Lenca deportado al Perú en el siglo XIX: “¡quieres todo el poder, pero las cosas nunca te obedecerán, malvado capitán!” (50). Esta maldición se aplicaba a todo aquello que iba en contra de la memoria ancestral, por ello Chema Bambita como depositario de esa cultura, era el único que conocía sus secretos, los cuales se llevó a la tumba. El uso de la hipérbole con el fin de exagerar, de ir más allá de los límites de la verosimilitud (ya sea por exceso o por defecto) crea ese efecto irreal, fantástico (mágico), el cual está presente en la “rebelión de los objetos” y en el imaginario colectivo de los habitantes del Gual:

“...le hablaba (Chema Bambita en la carta a Bolívar) de poseer la clave de un secreto por el cual los hierros se salían de la madera de los barcos, las puertas, las mesas, los taburetes; las argamasas dejaban libres las piedras que habían aprisionado por siglos y las telas que cubrían los cuerpos de los hombres se desintegraban, porque los hilos que las constituían buscaban desesperadamente reintegrarse a los lugares de procedencia.” (335)

La Guerra Mortal de los Sentidos y la Nueva Novela Histórica

En las páginas anteriores hablamos de la intención del autor de recurrir a la memoria con la finalidad de reflexionar acerca de la identidad nacional del hondureño. Se puede decir, que la intención de ver la actividad literaria como una nueva forma de acceder al pasado y entender el presente, representa una postura cercana a la de los novelistas de la Nueva Novela Histórica (NNH). Ainsa valora como esencial para aproximarse a los discursos históricos y ficticios, la intención que tienen estas escrituras (Ainsa, 1997: 116). Por su parte Valeria Grinberg, amalgama las ideas de White, y ve:

“como los procedimientos narrativos, su lenguaje, y su estructura constituyen afirmaciones sobre diversas maneras de acceder al conocimiento histórico por medio de la narración al mismo tiempo que critican el concepto positivista de la historia ligado a la idea de objetividad” (Grinberg,s.f.: 9).

La novela La Guerra Mortal de los Sentidos se encuentra en consonancia con esas aproximaciones que Grinberg hace acerca de la lógica que envuelve el quehacer literario dentro de la Nueva Novela Histórica, como lo hemos visto anteriormente. Por otro lado, una de las preocupaciones que han centrado el debate acerca del contexto del surgimiento de esta nueva corriente, ¿a qué responde? Sea debido a la “crisis político-ideológico que siguió a las pérdidas de las utopías nacionalistas y revolucionarias” (Grinberg y Mackenbach). Al examinar de forma exhaustiva los fundamentos que sostienen la identidad nacional hondureña, el autor de esta novela lo hace desde una posición en la que sin negar la realidad del mundo, unipolar, hegemónico del capitalismo (de fin de siglo XX) ve en esa historias circulares, en esos personajes populares que mascan chicle, beben wiski, y leen la revista Life, los sustentadores de un tipo de cultura nacional, -si bien en peligro por la tendencia homogenizadora de los países del centro- aún viva, conservada en esos fragmentos de los orígenes (en la memoria individual y colectiva) y por tanto del mestizaje.

Una de las características de la novela histórica para María Cristina Pons, es la búsqueda de la identidad nacional, aspecto que la novela de Castillo aborda como un aspecto central en la misma. Desde el punto de vista de las técnicas narrativas, podemos encontrar en esta obra, además de la parodia, la interxtualidad, y la multiplicidad de puntos de vista, el dialogismo y los monólogos interiores. Veamos estos dos últimos puntos que no hemos abordado en este estudio.

El dialogismo, se da a través de la interacción de uno o varios textos los cuales “dialogan entre sí”. Ejemplo de ello son los diversos textos que se van intercalando en cada uno de los capítulos, cada uno referidos a una historia. Otro ejemplo es la introducción de discursos de diversas facturas en cada uno de los fragmentos de las historias: “Don Juan Diego Eleudómino de la Luz Morales habla sobre la reaparición del Hablante Lenca veinte años después del haberse ido “a la mierda”. Don Juan Diego Eleudómino de la Luz Morales, 71 años, taumaturgo (informante) (265)

El monólogo interior, es una técnica literaria a través de la cual se da a conocer los pensamientos de un personaje. Esta representación tiene como característica, el presentar las ideas sin “orden ni concierto” (falta de puntuación en algunos casos). No obstante en la novela se representan algunas reflexiones de personajes, las cuales podría ser una especie de monólogo interior. Un ejemplo es el episodio donde el comandante Dacal bebe aguardiente y reflexiona al ver la procesión de San Sebastián:

“yo sólo bebo aguardiente del que manda beber el gobierno. Otros comandantes vinieron aquí y se enviciaron con la molonca. Pero yo no, porque la molonca es sucia. Hasta cabos de puro, calzones de mujeres con shinto y otras porquerías le echan al cántaro cuando lo están haciendo” (273).

Bibliografía

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La fiesta nacional dariana de 1941 o la canonización de la cultura oficial

El día 7 de enero de 1941 el Ministro de Instrucción Pública y Educación Física, del Gobierno del General Anastasio Somoza García (1896-1956), Dr. Jerónimo Ramírez Brown1 (1893-1956), enviaba una carta a las organizaciones “científicas”, “culturales” y a los intelectuales y artistas del país en la cual les daba a conocer que el día 6 de febrero de ese año el “eximio Rubén Darío” (1867-1916), cumpliría 25 años de “haber ascendido a la inmortalidad de su gloria”. También les informaba que instituciones culturales de América se prestaban a celebrar esa fecha, razón por la cual el Gobierno solicitaba la cooperación de esas instituciones y personalidades destacadas para la elaboración de un programa de festividades, con el fin de ser “La Patria de Rubén Darío” “la primera en rendir el homenaje glorificador“al “genio”, al “portalira” (Nicaragua y Rubén Darío, s/f: 13).

A las 12 del medio día del día siguiente, se dieron cita al despacho del Ministro Ramírez, los representantes de las instituciones oficiales, como las universidades de León y Central de Managua. Las independientes, Academia de la Lengua, Asociación de Escritores y Artistas Americanos, sección de Nicaragua, Sociedad de Intelectuales de León, Club de Universitarios y Ateneo de Masaya. Al inicio de la reunión, el Ministro les informa a los asistentes la voluntad del Gobierno del General Somoza de colaborar lo más ampliamente posible en dichas festividades.

Durante el desarrollo de la reunión, la cual concluyó a las 3 de la tarde de ese mismo día, se alcanzaron los siguientes acuerdos: la constitución del Comité Nacional “Rubén Darío”, con el fin de “encauzar las discusiones” y “recoger las resoluciones adoptadas por los delegados”. El Comité queda conformado por las siguientes personalidades:

Presidente Honorario: General Anastasio Somoza

Presidente: Jerónimo Ramírez Brown

Vicepresidente: doña Josefa T. de Aguerri

Secretarios: Profesor Edelberto Torres y Bachiller Manuel F. Zurita

Fiscal: don Horacio Espinosa

Vocales honorarios: los presidentes de las instituciones y asociaciones representadas en dicha “Asamblea” (reunión).

Los asistentes a dicha reunión, delegan al Comité, la elaboración de un programa de festejos y la organización de las actividades. Además aprueba una serie de “números especiales”, los cuales se constituyen en la columna vertebral de las celebraciones oficiales: “aperturas de concursos por el Comité Nacional con la colaboración del Gobierno, una velada lírico-literaria y una peregrinación a Ciudad Darío, el apacible pueblo montañés llamado Metapa, donde nació el Poeta” (ibid.: 15-16).2

A partir de esa reunión de principios de enero del 1941, quedan sentadas las bases para la celebración oficial de la figura del poeta Rubén Darío, en el XXV aniversario de su fallecimiento. Con ello también se inicia la canonización oficial del mito dariano, el cual será ritualizado con devoción religiosa por gobiernos e intelectuales de distintas generaciones, e internacionalizado en el imaginario colectivo hasta hoy día por la sociedad nicaragüense. Ese mito se sustenta en la construcción de las “continuidades” culturales, donde Darío sería la síntesis de los esfuerzos elaborados por generaciones de intelectuales anteriores a él y su poesía sería “las sagradas escrituras, y en ella y con ella” se debe de edificar la cultura nacional “que como la de Jonia homérica, tendrá la belleza como piedra angular” (Torres, s/f: 169-170).

Igualmente la construcción del mito dariano pretende, dentro de un contexto político de exaltación del nacionalismo nicaragüense (propio del contexto internacional de la 2da GM y de auge del fascismo y el socialismo), legitimar el naciente régimen dinástico, al incorporar de forma oficial al panteón de los héroes patrios la figura del poeta. Durante todo el período en que el régimen se mantiene en el poder, tiene en la figura del poeta, el sustento político-cultural, al cual recurrirá, con el fin de defender no sólo su legitimidad sino para apelar a la herencia nacionalista, como lo hará también, en lo político, con la reivindicación de la figura del dictador José Santos Zelaya (1854-1919).

La canonización del mito dariano, desde el punto de vista cultural, se sustentará en dos concepciones opuestas aparentemente: Por un lado, las posiciones de ciertos intelectuales que ven en la figura de Darío, al redentor de la cultura nacional, incluso como dice Erick Blandón lo llegan a convertir en el “Príncipe de la Iglesia” (Blandón, 2003: 97-115). Por otro lado y dentro de esa búsqueda de continuidades culturales, el régimen somocista se apropia de la figura de Darío, y trata, como lo hicieran los romanos (Virgilio) con la Enéida, en encontrar entronques “familiares” (culturales y sanguíneos) con ese mito, con el fin de esencializarse culturalmente.

El presente trabajo pretende hacer una breve radiografía de las fiestas en homenaje al XXV aniversario de la muerte del poeta Rubén Darío, organizadas por el Gobierno del General Somoza, con el fin de identificar cierto rasgos distintivos sobre los cuales se ha construido una imagen y articulado un discurso oficial en torno a la cultura nacional y a la identidad del nicaragüense. Para lograr esos dos propósitos, es imperativo analizar las prácticas ritualizadas en las que se sustenta el mito y por otro lado, el discurso oficial, con el fin de encontrar la esencialidad implícita en los mismos y cómo esta combinación se amalgamó en el imaginario colectivo, el cual hasta hoy día sigue siendo monolítico, pese a la emergencia de otros enfoques subalternos, (multiculturales, pluri-étnicos) que refutan esa visión, etnocéntrica y metropolitana.

Las fuentes en que se apoya este trabajo son dos básicamente: los reportes periodísticos de la época que dan cuenta de las festividades realizadas desde 1916 fecha de su deceso hasta las fiestas de 1941, en ocasión del XXV aniversario del mismo evento. Otras fuentes serán los decretos, memorias y discursos pronunciados en esa fiestas de 1941. Como fuentes secundarias haré uso de estudios relacionados al tema como el de Leonel Delgado, Textualidades de la nación en el proceso cultural vanguardista (Márgenes recorridos, 2002: 3-23) y el texto de Erick Blandón, Rubén Darío: príncipe de la iglesia (Barroco Descalzo, 2003: 97-115). Además de algunos autores ya clásicos en el tema de la construcción de la Nación y el nacionalismo, como Eric Hobsbawm, Benedict Anderson y David A. Brading.

Para comenzar a reconstruir la ritualización del mito dariano y su posterior canonización oficial, es imperativo hacer algunas observaciones en torno a los resortes en los que se sustenta el nacionalismo como ideología, que define al mismo tiempo, una base de identidad intrínseca y diferenciada (Brading, 1995: 56). Como lo han sugerido una serie de autores como Hobsbawm, Anderson, Gellner y Smith, entre otros, los conceptos de nación y nacionalismo, como contructos académicos, hacen referencia a la “materialidad” y “sustancialidad”, de un fenómeno histórico básico para las construcciones identitarias modernas. Según Smith, la nación está relacionada con las creencias de un grupo o colectividad, de pertenecer o formar una comunidad, en un lugar geográfico específico, y que comparten mitos comunes, memorias históricas, una cultura pública de masas, una economía común, así como derechos y deberes legales iguales para todos sus miembros” (Smith, citado por Rosa, et. al, 2000: 57). El nacionalismo, se sustenta en cierto esencialismo, es decir, es un asunto ideológico (como dice Brading), “que sostiene la legitimidad de las naciones y ayuda a así a creerlas” (ibid.: 57).

Todas las naciones latinoamericanas han transitado (y continúan en ese camino) en la búsqueda de rasgos identitarios que sustenten su razón de ser en el concierto de naciones (Unzueta, 2000: 36-37). La separación o independencia de estas comunidades americanas, tan disímiles en su desarrollo social y tan diversos culturalmente hablando, fue traumática ya que además de las luchas intestinas entre las elites locales por hacerse del control de los viejos activos y pasivos coloniales, les dejó grandes vacíos “existenciales”, los cuales han tenido que ir llenando, como dicen algunos técnicos, a “prueba” y “error”.

Las naciones latinoamericanas en general y las centroamericanas en particular tuvieron, como dice Hobsbawm, que inventar tradiciones, con el fin de justificar su razón de ser. En otras palabras, las elites que se hicieron con el poder político, económico y cultural tenían que sustentar desde el punto de vista práctico e ideológico, ante las diversas colectividades sociales, el origen de la institucionalidad, la estratificación y jerarquización social imperante. Para ello tuvieron que recurrir a tradiciones genuinas e inventadas (Hobsbawm, 1988: 9). En el caso de Nicaragua, una tradición genuina está relacionada con ciertas prácticas religiosas cuyo origen se pierde en la espesura de la colonia. Las inventadas serían, las fiestas alrededor de la independencia y la batalla de San Jacinto y el mito dariano como sustento de nuestra cultura nacional. Ambas tradiciones, con distintos enfoques buscan como esencializar, a partir de un discurso nacionalista, la razón de ser del nicaragüense, como sujeto colectivo, único, e indivisible.

La canonización oficial del mito dariano, como el más alto representante de la cultura nacional, fue un proceso no exento de altibajos como suele ocurrir con esos fenómenos de invención de tradiciones. La figura de Darío tanto en vida como después de su fallecimiento ocurrido en León de Nicaragua en 1916, estuvo envuelto en una serie de polémicas entre la elite intelectual y política, quienes no le reconocían su lugar en la cultura nacional, por el hecho de haber vivido gran parte de su vida fuera del país y por su temática “universalista”. Desde el punto de vista político, su figura tampoco lograba consenso, ya que en vida se había identificado con la dictadura liberal del General José Santos Zelaya y eso generaba encono entre los adversarios políticos del dictador, quienes no le perdonaban ese desliz político.

Ahora bien, la muerte de Darío y todos los fastos ceremoniales realizados en León y Managua aquel 6 de febrero de 1916, demuestran que pese al rechazo político y cierta animadversión de algunos sectores letrados de la época, en reconocerle sus logros intelectuales, había voluntad política del gobierno de don Adolfo Díaz, de tributarle ante sus despojos, el homenaje oficial que se merecía. En eso había coincidencia con los liberales y la iglesia católica (ver Blandón, 2002). Ese homenaje, reconocía no tanto su trascendencia histórica, como su valor patriótico de representar una visión estética novedosa, la cual si bien tenía adeptos en las principales ciudades del país, era la región de occidente (León y Chinandega) y su intelectualidad en particular, la que se arrogaba el derecho a la herencia de su legado cultural y su accionar político.

Pese a que los homenajes tributados a raíz de su muerte, tuvieron una trascendencia nacional, su figura siguió careciendo del consenso necesario entre la elite letrada y política para incorporarlo al panteón de los héroes nacionales. En 1917, primer aniversario de su muerte, las festividades oficiales se realizaron únicamente en León, los días 5, 6 y 7 de febrero, contando con la presencia mayoritaria de los intelectuales liberales, de Occidente y Managua. El Gobierno de Emiliano Chamorro, se hizo representar a través de una delegación de bajo nivel, presidida por el Sr. V. Montalván, de la municipalidad de Granada. Pese a la solemnidad de los actos oficiales, los cuales le fueron tributados a la orilla de su recién construida tumba marmórea, de gran influencia clásica, donde el pabellón nacional ondeó sobre el monumento, no pasó de ser un evento local (El Diario Nicaragüense, 11-02-17).

A finales de la década del diez, se conformó en la ciudad de Managua un comité pro-Darío presidido por la señorita Rosibel Martínez, entusiasta mujer que por muchos años buscará como erigirle un monumento al poeta en la ciudad de Managua. Esfuerzo que se verá materializado más de diez años después (1933), cuando se inaugure con grandes pompas ese monumento, en el parque que lleva su nombre, a orillas del lago de Managua, frente al parque central de la ciudad.

Si bien, la figura del poeta era invocada constantemente entre los intelectuales y sectores populares, incluso era objeto de homenajes año tras año, durante la década de los años veinte, no pasaría de ser una rememoración más de las efemérides locales. Las únicas efemérides de trascendencia nacional, promovida por el Estado, eran: la celebración de las fiestas de Independencia, la Batalla de San Jacinto y el día de la “raza” el 12 de octubre. Para febrero de 1920, poco antes de dejar la presidencia de la república el General Emiliano Chamorro, el Congreso aprobó una ley, en la cual se mandaba a cambiar el nombre de Metapa al pueblo donde por accidente había nacido el poeta, bautizándolo con su nombre, lo cual causó, según reportes periodísticos de la época, gran alegría entre los habitantes de ese empobrecido pueblo (El Diario Nicaragüense, 27-02-20).

En 1925, en ocasión de las fiestas por el día de la “raza”, se le tributa un homenaje al que consideran como el máximo representante de la herencia hispánica. Este acto tiene la singularidad de sugerir una continuidad étnico-cultural a través de la figura del poeta. Idea que más tarde, los jóvenes intelectuales agrupados algunos inicialmente en el Movimiento de Vanguardia, articularán a través de un discurso más coherente en busca de un legado cultural ancestral. En ese acto, organizado por la presidenta del Comité Pro-Darío, Rosibel Martínez, y celebrado en las instalaciones de la Biblioteca Nacional, se develizó un retrato elaborado por el artista plástico Tránsito Sacasa, el cual fue colocado en el recién bautizado Salón azul de dicha institución. Al acto asistieron, el Ministro de Gobernación en representación del Presidente Carlos Solórzano y un delegado del Ministro de Instrucción Pública (Nicaragua Informativa, 18-10-1925).

Otro hecho que refleja la poca potabilidad de la figura de Darío como héroe de consenso nacional, se puede encontrar en la solicitud que hiciera en 1932 la Unión Panamericana para que cada país miembro, seleccionara una personalidad que los representara, con un busto, en la sede central de dicho organismo. Luego de cabildeos y discusiones entre personalidades relacionadas con la cultura como don Sofonías Salvatierra, Salvador Mendieta, Josefa T. de Aguerri, Pablo Hurtado, Francisco Buitrago Díaz, Francisco Huezo, Ramón Romero, Pedro Joaquín Chamorro y Antonio Barquero, este último Ministro de Instrucción Pública del Gobierno de José María Moncada, se decidieron por escoger al prócer de la independencia, don Miguel Larreynaga, en detrimento de la candidatura de Darío y Jerez, los dos héroes restantes que competían para ese tributo (1772-1847) (La Prensa, 02-07-32).

Para la década del treinta, la figura de Darío comienza a tener más consenso dentro de la elite intelectual y política. Quizás una de las razones se deba a dos factores dignos de tener en cuenta en cualquier estudio que profundice sobre el tema. Uno de ellos es el impacto que está teniendo en el ámbito cultural, los trabajos publicados por la nueva generación de intelectuales, tanto los que pertenecieron al Movimiento de Vanguardia, como aquellos influenciados por el mismo y que han encontrado refugio en las páginas de los periódicos y revistas que circulan en las principales ciudades del país. El otro, es el giro político que se viene operando en la sociedad de la época, influenciado por un lado por las políticas panamericanistas y del “Buen Vecino” de Roosevelt, las ideas fascistas en ascenso y la entronización en el poder de una nueva generación de políticos y militares cuya figura principal, contradictoria desde sus inicios por la forma en que accede a la cúspide del poder, es representada por Anastasio Somoza García.

Algunas referencias que indican el cambio de mentalidad en torno a la figura de Darío, de sacarlo de la Provincia y relanzarlo a la Nación, dentro de un contexto de ascenso nacionalista, se pueden constatar en tres hechos significativos ocurridos en la década del treinta, las cuales al mismo tiempo preparan la consagración apoteósica del héroe en 1941. Uno de ellos, es la inauguración el día 24 de septiembre de 1933, en la ciudad capital, del monumento al poeta en el parque que lleva su nombre. Monumento que tardó casi quince años para su erección. Pese a que la fecha no coincide con ningún aniversario importante en la vida del poeta, la celebración fue solemne, apoteósica, y tuvo ribetes oficiales ya que el Presidente de al República de ese entonces, Dr. Juan Bautista Sacasa (1875-1946) y su Gabinete en pleno, encabezó la ceremonia de inauguración. Se lanzaron salvas de cañones, se cantó el himno nacional, asistió el cuerpo diplomático; el maestro Delgadillo ejecutó La Marcha Triunfal y miles de personas se congregaron a observar el acto (La Prensa, 26-09-33).

Los otros dos eventos tienen que ver con la promoción del estudio de la obra de Darío y de la celebración en 1938, del cincuenta aniversario de la publicación de Azul, primera obra que le daría a conocer a nivel internacional. En 1935, el Oficial Mayor del Ministerio de Instrucción Pública, informó a la prensa nacional, que esa dependencia estatal iba a editar en los próximos días un texto el cual contendría una selección de obras de Darío. El propósito era distribuirlos en las escuelas públicas y colegios privados con el fin de difundir la obra del poeta en todo el país. La selección de los textos corre a cargo de Gustavo Alemán Bolaños, quien para esa época se desempeñaba como Encargado de Obras Nacionales de ese Ministerio, y cuya paternidad de la idea se le atribuye (La Prensa, 16-07-35).

En ocasión del 30 de julio de 1938, fecha en la cual se cumple el cincuenta aniversario de la publicación de Azul (1888-1938), un grupo de intelectuales granadinos encabezados por el director del Diario Nicaragüense de esa ciudad, Pedro Joaquín Cuadra Chamorro, le rinden un homenaje al poeta. El acto principal consistía en la celebración de una misa por el alma de Darío, evento litúrgico al cual asistieron algunos ministros del gobierno del General Somoza y diplomáticos acreditados en el país. Días antes a esa conmemoración, el periodista Cuadra Chamorro, publicó una serie de artículos en los cuales se daban a conocer algunas anécdotas o episodios de la vida del poeta. Pero lo más importante de estos artículos y de su autor, es la autocrítica implícita en dichos trabajos, de parte de un representante del grupo político conservador de inicios del siglo XX quienes no sólo dudaron de la calidad de la obra del poeta y de su posible trascendencia, sino que lo atacaron con dureza por sus posiciones políticas:

“Granada se está portando bien con Darío, en esta ocasión, y Granada, pensamos, le debe este homenaje como una reparación del distanciamiento de mutuas incomprensión en que se mantuvieron el Poeta y Granada (…) hubo mutua repulsión entre Darío y Granada, repulsión que en Granada llegó a lesa cultura cuando viniendo el Poeta fulgurando gloria, a su tierra natal, por pura oposición se le hizo aquí una parodia por recibimiento…” (Cuadra Chamorro, 1943: 6)

El contexto político y cultural en que se desarrollan las fiestas de celebración del XXV aniversario de la muerte de Darío (1941), tiene unas particularidades que difieren con las décadas anteriores (especialmente las del diez y el veinte). La inestabilidad política y la crisis institucional generada (acentuada dirán otros) en 1910, a raíz de la caída del dictador Zelaya y la ingerencia interna (política, económica y militar) por parte de los Estados Unidos (lo cual generó un guerra civil y de resistencia encabezada por Sandino), se había resuelto momentáneamente, con la instauración de un nuevo régimen, la puesta en vigor de una Constitución Política (1939) la cual sustituía a la de posguerra de 1911 y la pacificación relativa de la mayoría de las zonas rurales del país. Sin duda que el costo de esa operación fue enorme, tanto en vidas humanas como en daños morales y políticos, los cuales nunca serían reparados.

Desde el punto de vista cultural, la emergencia de una generación de intelectuales (entre ellos los vanguardistas), a finales de la década del veinte del siglo XX, con ideas nuevas, en cuanto a concepciones literarias y artísticas, introduce un nuevo escenario en la vida social de las principales ciudades, al confrontarse con las visiones de las elites intelectuales establecidas. Granada será la sede del grupo de Vanguardia, el más coherente desde el punto de vista de sus posiciones estéticas, donde se articulará un proyecto cultural tal vez no homogéneo, el cual trata en su esencia, de estructurar un proyecto el que trascendiendo a lo político, busca como establecer las bases de una cultura nacional, nicaragüense, universalista (que absorbiera las corrientes artísticas del momento). Para ello, esos intelectuales rescatarán la figura del poeta Darío, de la “adoración” panteísta (mimético) a que había sido sometida su imagen y legado estético. Igualmente, su búsqueda identitaria los lleva a identificar lo que ellos consideran las raíces de lo nicaragüense, en la vida colonial, en la herencia española, en donde el legado dariano, sería una de las claves en esa construcción forzada de continuidad cultural (ver Delgado Aburto, 2002).

Las fiestas oficiales de 1941, en conmemoración del XXV aniversario de la muerte del Poeta, tiene la particularidad de desarrollarse con una intelectualidad dividida cultural y políticamente hablando. La mayor parte de la generación artística y cultural de finales de los años veinte (entre ellos la mayoría de los de la Vanguardia), han desertado del proyecto político y cultural somocista. Se configuran dos visiones estéticas y culturales (la oficial-estatal y la de grupos independientes) disímiles -antagónicas en algunos caso- pero que en general confrontan a generaciones de intelectuales de diversas épocas, que si bien coinciden en ver en la figura de Darío al “padre de la cultura nicaragüense”, difieren en la forma de apropiarse de su legado, aunque no en la forma de colectivización. Es así como en esas fiestas darianas los grandes ausentes serán los jóvenes intelectuales exvanguardistas o seguidores de esa concepción estética.

Las fiestas darianas de 1941 buscaban como establecer un referente cultural aglutinador (homogenizador) de carácter nacional. La modernización estatal lanzada, desde su llegada al poder en 1937, por el General Somoza, dentro de un proyecto de gobierno de tipo populista, contemplaba implícitamente una renovación de las bases identitaria sobre la cual se había sustentado, hasta ese momento, la colectividad nicaragüense. No era un cambio radical, sino implicaba llenar ciertos vacíos, con la incorporación de ritos patrióticos nuevos, cuyas referencias al pasado (Hobsbawm) tuvieran coherencia con el legado histórico heredado de la colonia y pudiera articularse (sustentarse) desde el punto de vista del discurso oficial. Por tanto, los grupos indígenas u otros grupos sociales cuya matriz era distinta (Caribe nicargüense), no cabían en el modelo. En eso coincidían con los ex miembros de la vanguardia.

Por tanto, la invención de una tradición como la celebración de las fiestas darianas, año con año, por el régimen político de ese entonces, buscaba -siguiendo a Hobsbawm- “encontrar sus propios equivalentes para los ritos tradicionales de pasajes asociados con la religión” (Hobsbawm, 1988: 11). En ese sentido, el rito cívico dariano se impone a tradiciones antiguas de clara factura sacra, para celebrar acciones mundanas bajo el manto de lo profano. No obstante, el mito dariano siempre se moverá en esa frontera nebulosa del panteísmo religioso, a pesar de la envoltura laica.

Esas fiestas de 1941 serían las primeras que se organizan de forma oficial, con la participación de sectores importantes de la sociedad civil, como trabajadores de la ciudad, estudiantes e intelectuales agrupados en asociaciones o academias, teniendo dicho evento una proyección nacional. A través de una serie de decretos y leyes emitidas en ese año se sientan las bases legales para que esa celebración se institucionalice (Decreto Ejecutivo N° 9 del 6 de febrero de 1941; N° 5 del 14 de enero de 1942; N° 125 del 2 de julio de 1949). Si bien las celebraciones se programaron para realizarse en tres días (del seis al ocho) estas se prolongaron hasta el día diez de febrero. Los eventos oficiales se realizaron en cuatro lugares: Managua, donde se desarrollaron los actos más fastuosos, León, Masaya y Ciudad Darío, lugar donde nació el poeta. A eso debe agregársele las celebraciones en todas las escuelas del país, orientadas por el Ministerio de Instrucción Públicas.3

Los eventos más importantes de las fiestas fueron: los concursos literarios y de declamación; la velada “lírico-literaria, el desfile de las escuelas ante el monumento de Darío (el mismo que se inauguró en 1933) y la “peregrinación” a Ciudad Darío. Será un primer ensayo del proceso de ritualización de una tradición inventada que hasta hoy día, con sus variantes, se mantiene. De igual manera, el proceso de canonización de una visión dariana, oficializada políticamente hablando por el régimen somocista, se amalgamará paradójicamente con la visión cultural de los intelectuales adversos al régimen, la mayoría de ellos ex vanguardistas. Son dos visiones: una de ella (la estatal) que celebra la figura y el legado dariano con una concepción religiosa y la otra (la de los intelectuales contestatarios o adversos al régimen) reivindican al poeta, desde una posición “profana” –estéticamente hablando- es decir, más como legado a seguir que a imitar.

Pasemos al otro punto que nos toca analiza en este trabajo. Este tiene que ver con el discurso que se articula alrededor de la figura de Darío y penetra en el inconciente colectivo, hegemonizando no sólo las prácticas, sino toda una visión cultural excluyente (exclusiva), la cual tiene como sustento, el etnocentrismo y la homogenización cultural, representativa de una región geográfica central (metropolitana). Es una visión impuesta desde el poder por los grupos políticos y culturales a partir de los años treinta y cuyo punto de lanzamiento son las fiestas de 1941.

Una de las fuentes que permite aproximarse a las raíces de la imagen que se impondrá oficialmente en la sociedad nicaragüense a través de los mecanismos seculares de la enseñanza escolar y actos oficiales, es analizando los trabajos presentados en el concurso literario de las festividades de 1941 y los actos oficiales. Hay dos discursos que son emblemáticos para entender la oficialización de las celebraciones darianas, sobre las cuales se apoyará una parte de la estrategia nacionalista del régimen de los Somoza: el discurso del Dr. Manuel Cordero Reyes (ex ministro de Relaciones Exteriores) en el acto de inauguración del salón Rubén Darío en el Palacio Nacional, el día 6 de febrero; el otro trabajo es el ensayo “Rubén Darío y la Cultura de Nicaragua”, de Edelberto Torres, con el cual gana el primer premio en el concurso literario efectuado para esa efeméride.4

El discurso de Cordero Reyes puntualiza tres aspectos importantes alrededor de la figura de Darío, sobre las cuales el régimen se apoyará para articular su proyecto cultural: una de ellas tiene que ver con la difusión del legado dariano a partir de su ejemplo y la divulgación de su obra entre el pueblo nicaragüense y la juventud, en especial por su trascendencia nacional e internacional; el patentizar que la vida del poeta y de su legado artístico, es “fuerza moral destinada a afirmar la nacionalidad”; Darío como “factor de cultura nacional”. Este último enunciado, si bien implica la construcción de todo el andamiaje cultural a partir de la figura del poeta, su sustento ideológico en que se apoyará, tal como lo plantea Cordero Reyes tiene raíces mágicas, “de predestinado”, esencializándose alrededor de su figura una aureola mítico-religioso, de ungido:

“Nicaragua debe encontrar en Darío un valiosísimo factor de cultura nacional, no sólo por el mérito intrínseco de una obra preclara, no sólo por la magia de un arte genial y por el conocimiento enciclopédico que contiene, sino también por el espectáculo edificante de un hombre que desde las primeras luces de la alborada, buscó afanosamente la misión específica que le fuera confiada, y una vez que la hubo conocido, se dedicó a cumplirla sin vacilación…” (Cordero Reyes, s/f: 57)

El ensayo del profesor Edelberto Torres, titulado “Rubén y la cultura nacional”, señala que: así como Homero y Shakespeare son el “patrono de la cultura” de esos países, así lo es Darío para Nicaragua. Luego, haciendo una alegoría con el libro sagrado del cristianismo, afirma: “su poesía es nuestra sagrada escritura, y en ella y con ella debemos edificar nuestra cultura…” (Torres, s/f: 169). Siempre buscando el vínculo de la cultura nacional con lo universal dice:”con Rubén Darío Nicaragua entró en la corriente de la cultura universal y que por él puede contestar ΄presente΄ cuando se pasa lista a los pueblos que han dado algún aporte a la cultura de la raza” (ibid.: 170). No obstante las afirmaciones anteriores, el autor reconoce con pesar la distancia existente entre Darío y la cultura nicaragüense, por tanto hace un llamado a crear esa relaciones, “mediante una sistemática y fervorosa política cultural, que sature el alma nacional” de su poesía (ibid.: 172).

Para finalizar es importante destacar la intención explícita del régimen de apropiarse –políticamente hablando- de la figura de Darío y de esa manera capitalizar su caudal cultural con fines legitimadores. Además, su estrategia nacionalista incorpora al poeta como uno de los eslabones de la nacionalidad y lo vincula a la familia gobernante, aprovechándose de la relación histórica familiar que tuviera en vida el poeta con la aristocrática familia Debayle, a la cual pertenece la esposa del dictador. En otras palabras, el nacionalismo que se construye alrededor de la figura de Darío, presentándolo como el máximo representante de la nacionalidad, pretende ser heredada (o mejor dicho establecer un nexo “sanguíneo” de continuidad) por el dictador y su familia, tal como se ve en las festividades de 1941 y en las posteriores celebraciones, así como también en los diversos proyectos culturales, muchos de los cuales giran en torno a la figura del poeta.5

Durante el desarrollo de las festividades darianas de 1941, toda la familia del dictador fue incluida en los programas oficiales, sea develizando una placa o un retrato, declamando un poema, entregando algún premio, o siendo nombrada algunas hija o sobrina, reina de alguna festividad.6 En el acto de inauguración del “Salón Rubén Darío”, en el Palacio Nacional, estuvo presente el General Somoza y su esposa Salvadora Debayle Sacasa. Por la tarde, el desfile escolar celebrado frente al monumento del Poeta, en el parque que lleva su nombre, fue presidido por el mandatario. Por la noche, en la “Gran velada lírico-literaria” efectuada en el Teatro González, el mandatario junto a la primera dama presidieron el acto y luego entregaron los diplomas a los ganadores del concurso literario. Posteriormente la hermana de la esposa del presidente, doña Margarita Debayle de Pallais, la musa a quien de niña, el poeta le dedicara uno de los poemas más populares, “Margarita, está linda la mar”, declamó el poema dariano, “Era un aire suave” (Nicaragua y Rubén Darío, 72).

Al día siguiente, 7 de febrero, la asociación Ateneo de Masaya, inauguró la sección “rubendariana” de la Biblioteca Pública, la cual lleva el nombre del Panida. Durante el desarrollo de la velada cultural, la cual contó con todas las autoridades del Departamento y de un delegado del Presidente de la República, se entregaron premios a los ganadores del “Concurso Privado del Ateneo”. Uno de cuyos ganadores, el Dr. J. Domingo Bolaños, leyó su “estudio”, cuyo contenido evocaba “los recuerdos interesantes de amistad de Rubén con la familia Debayle (parientes de la esposa de Somoza) a quien siempre consideró el poeta como propia…” (ibid.: 106-107)

El día 10 de febrero, en el Teatro Municipal de la ciudad de León, se realizó la Gran Velada Metropolitana, organizada por la Academia de Bellas Artes de esa localidad. A ese acto se hizo presente el Presidente de la República con su esposa e hija Lilliam Somoza Debayle recién ungida (enero de ese año) Reina del Ejército. Igualmente, todas los parientes de la esposa del mandatario incluyendo su suegra (Casimira Sacasa de Debayle). Durante el desarrollo de la actividad cultural, el Alcalde de la ciudad Roberto Debayle, cuñado del presidente, junto con su madre, entregaron diplomas y condecoraciones “Luis H. Debayle” (quien fuera suegro de Somoza, recién fallecido) a distinguidas personalidades. Margarita Debayle de Pallais, declamó el poema “A una novia” y “Salvadorita”, poemas que Darío escribió para su señora madre, doña Casimira y para doña Salvadora, hoy Primera dama de la República” (ibid.: 86). Posteriormente, el Presidente del Comité Nacional “Rubén Darío”, Ramírez Brown, acompañado de su esposa impuso la condecoración “Cesáreo Salinas” a Margarita Debayle de Pallais, “premio a la mejor anécdota de Darío” (ibid.).7

Ese patrón de participación de los familiares del dictador Somoza en las festividades darianas se repetirá durante todo el período de gobierno. Como anteriormente decíamos, el propósito del régimen era apropiarse póstumamente de la figura de Darío, hasta pretender aparentar herencia familiar y cultural, nada extraño en el comportamiento de los caudillos y dictadores.

Concluyendo, podemos decir que la entronización del rito patriótico de celebraciones darianas, canonizando la figura del poeta como el máximo representante de la cultura nicaragüense, y todos los clichés que se derivaría del mismo, modelarán unas prácticas, un tipo de discurso oficial hasta hoy día vigente. La invención de una tradición y su ritualización a través de festividades nacionales patrióticas, contribuyeron a crear un estereotipo dariano, impregnado de una aureola mítica-religiosa, equivalente a las divinidades o ancestros griegos o romanos, en cuanto a fundadores de una cultura con fuertes raíces ancestrales (sin serlo). Aunque es digno de mencionar que entre los grupos populares, subalternos de la ciudad y el campo, se estructuró otra imagen con sus anecdotarios y visiones estéticas distintas de las de la elite.

Tanto las prácticas ritualizadas expresadas en las fiestas darianas como el discurso hegemónico articulado alrededor de un Darío mítico, sirvieron para esencializar los rasgos identitarios nacionales y exacerbar un tipo de nacionalismo. Para el período de estudio, era básico, ya que con él se buscaba aglutinar alrededor de un proyecto de gobierno, a la mayoría de los sectores sociales, con el fin de integrarlos al proceso de modernización del aparato del Estado y de la sociedad en general. Un gobierno autoritario, en apariencia democrático (por su carácter populista y legalista) que administra la cosa pública con una fuerte carga paternalista, y donde la figura del poeta es objeto de instrumentalización con fines políticos. La estrategia del dictador era eregirse en heredero o en una especie de “albacea” del legado cultural dariano. Pretensión que encuentra de alguna forma, una fuerte resistencia con las concepciones culturales representada por intelectuales desafectos al régimen, quienes desde sus espacios, reivindicarán al Darío universal y sin connotaciones políticas partidarias.

Bibliografía citada y consultada

Anderson Benedict, 1983: Imagined Comunities: Reflexions on the Origins and Spread of Nationalism, London-New York: Verso.

Arellano, Jorge Eduardo, 1992: Entre la tradición y la modernidad: El movimiento nicaragüense de vanguardia, San José, Costa Rica: Libro Libre.

Blandón, Erick, 2003: “Rubén Darío: príncipe de la iglesia”, en: Barroco Descalzo, Managua: URRACAN, 97-115.

Brading, David A., 1995: “Nacionalismo y Estado en Hispanoamérica”, en: Amorós, Juan Bosco, et. al., 1995: Iberoamérica en el siglo XIX: nacionalismo y dependencia, Pamplona, España: Ediciones EUNATE, 55-77.

Cuadra Chamorro, Pedro J., 1943: Darío y Granada, en: Rubén Darío, Granada: Imprenta El Centro Americano, 5-9.

Delgado Aburto, Leonel, 2002: “Textualidades de la nación en el proceso cultural vanguardista”, en: Márgenes recorridos, Managua: Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, 3-23.

Hobsbawm, Eric, 1988: “Inventando tradiciones”, en: Revista Historia, No 19, octubre-marzo, 3-15.

Memoria de Instrucción Pública y Educación Física, 1940-1941.

Nicaragua y Rubén Darío, Publicaciones del Comité Nacional Rubén Darío, Managua, s/f.

Poblete, Juan, 1999: “La construcción social de la lectura y la novela nacional: el caso chileno”, en: Latin American Research Review, vol., 43, No 2, 75-107.

Rosa Rivero, Alberto, et. al., 2000: “Representaciones del pasado, cultura personal e identidad nacional”, en: Rosa Rivero et. al., (Eds.), Memoria colectiva e identidad nacional, 2000, pp. 41-87.

Unzueta, Fernando, 2000: “Periódicos y formación nacional: Bolivia en sus primeros años”, en: Latin American Research Review, vol. 35, No 2, 35-72.

Publicaciones periódicas

Acuerdo No 282, Estatutos de “La Guardia de Honor Rubén Darío”, La Gaceta: diario oficial, No 240, 03-11-1949.

Decreto No 125, Créase el Premio de literatura “Rubén Darío”, La Gaceta: diario oficial, No 43, 02-07-1949.

Decreto No 5, Reglamentación del “Premio Nacional Rubén Darío”, La Gaceta: diario oficial, No 7, 14-01-42.

Decreto No 9, créase el Premio Nacional de Ciencias y Arte “Rubén Darío”, La Gaceta: diario oficial, No 36, 17-02-1941.

Decreto No 547, Decrétese díba de fiesta el XXV Aniversario de la muerte de Rubén Darío, La Gaceta: diario oficial, No 28, 07-02-1941.

El Diario Nicaragüense, 11-02-1917.

El Diario Nicaragüense, 27-02-20

La Nueva Prensa, 18-01-1942, 30-01-1942, 05-02-1942, 07-02-1942, 08-02-1942, 10-02-1942, 19-01-1943, 28-01-1943

La Prensa, 02-07-1932, 26-09-1933.

Nicaragua Informativa, 18-10-1925

Notas

1. Escribo con G, el nombre del Ministro de ese entonces, ya que así se firmaba, tal como se puede ver en los escritos personales y aquellos que aluden a él.

2. En las Memorias de 1940-1941 del Ministerio de Instrucción Pública y Educación Física, presentada en abril de ese año 41, por el Señor Ministro ante el Congreso, hacía referencia del interés del “Excelentísimo Señor Presidente de la República, devoto de la memoria del Poeta” de rendirle “todo homenaje” en ocasión de la fecha (6 de febrero) que recuerda su “ascenso a la inmortalidad de su gloria”, más un cuando se celebran el veinticinco aniversario de ese hecho. Luego explica lo primero que hizo el Comité Nacional que conformó para tal ocasión: “abrir un concurso literario para premiar los mejores trabajos sobre dos tema importantes, a saber”:

a)-Nacimiento y primera infancia de Rubén Darío; b)-Rubén Darío y la cultura de Nicaragua. A solicitud del señor representante diplomático de la República de Argentina en Nicaragua, Honorable Dr., Enrique Loudet, se incluyó en ese concurso un tercer tema: Rubén Darío como nexo espiritual del continente americano, con premio especial, otorgado por el señor Loudet en nombre de su Patria.

Se abrió también, un concurso de declamación, entre los escolares de toda la República, quienes concurrieron primero a un certamen departamental el cual señaló quienes vinieran a Managua al concurso nacional. El estudiante que ganó el primer premio de este concurso, tuvo además el honor de declamar un poema de Rubén Darío en la velada lírico-literaria organizada como homenaje central. (Memoria de Instrucción Pública de 1940-41: informe presentado por el Ministro de Instrucción Pública y Educación Física, Dr., Gerónimo Ramírez Brown; XXI-XXII )

3. El gobierno emitió el día 5 de febrero de ese año, un decreto ejecutivo en que el hacía referencia a la fecha del 25 aniversario de la muerte del poeta, “acordado homenajes recordatorios que expresan la devoción de la Patria a su Poeta Máximo”. Luego daba a conocer que el día 6 de febrero, se cerraban todas las oficinas públicas para que los empleados asistieran a los actos oficiales programados para la ocasión. La Gaceta: diario oficial, 07-02-1941; N°28.

4. Para el concurso literario del siguiente año 1942, el jurado declaró desierto el premio, por no tener trabajos que lo merecieran. Sin embargo, el día 6 de febrero, durante el acto oficial de entrega del resto de premios, sorpresivamente y con la anuencia o resignación (no se sabe) de los miembros del jurado, el General Somoza decide entregarle el premio al poeta Ariel Medrano, hijo de su amigo Antonio Medrano. Ver La Nueva Prensa, 07-02-1942.

5. Además del protagonismo en las festividades darianas de 1942, del General Somoza García, se destacaría su hija, Lilliam Somoza, quien participa en el acto de entrega de los premios Rubén Darío, en Managua, el día 6 de febrero. En ese acto solemne, ella develizó el retrato del poeta, pintado por el maestro Pastor Peñalba, el cual fue obsequiado por el Círculo de Bellas Artes de Managua y que adornaría el Salón Rubén Darío del Palacio Nacional, bautizado para con ese nombre en esa ocasión (La Nueva Prensa, 07-02-1942).

Para las festividades darianas de 1943, Lilliam Somoza tiene mayor protagonismo, ya que hace coincidir su casamiento con el aniversario de nacimiento de su padre (1ro de febrero) y de las fiestas darianas. Organiza una velada cultural con fines caritativos, al ponerse en escena la comedia “Mi casa es un infierno” en el Teatro Municipal de la ciudad de León, donde participa como miembro del electo artístico la cuñada de Somoza, Margarita Debayle, junto al actor consagrado de ese momento, Adán Castillo y el periodista Gabry Rivas, director y propietario de La Nueva Prensa (La Nueva Prensa, 05-02-1943).

En enero de ese año, en la víspera de sus nupcias –a manera de regalo- habían bautizado una avenida y un parque, cercano a la entrada de la casa presidencial, con el nombre de Lilliam (La Nueva Prensa, 19-01-1943). El Banco Central, imprime un billete de un córdoba con el retrato de ella, en el cual aparece vestida de india (retrato de Fruto Alegría), representando una caricatura esperpéntica del mestizaje nicaragüense (La Nueva Prensa, 28-01-1943)

6. Durante las fiesta darianas de 1941, Lelia Casimira Debayle sobrina del General Somoza, fue elegida Reina de los Juegos Florales de la ciudad de León (Nicaragua y Rubén Darío, 86, 95).

7. El improvisado premio otorgado a Margarita Debayle por la mejor anécdota de Rubén Darío, es un monumento a lo banal, a la cursilería, y sólo se explica en el contexto de adulación y servilismo, en proceso de entronización, como una nueva práctica cultural en las relaciones de poder. El episodio anecdótico que cuenta Margarita, sucedió en Corinto, en la hoy olvidada Isla del Cardón, a principios del siglo XX, durante unas vacaciones de la familia Debayle y donde el Poeta asistía en calidad de invitado. Al parecer, Rubén y una señora de nombre Fidelina (esposa de un fuerte comerciante leonés de nombre Francisco Castro) decidieron dar un paseo por la isla. Según se desprende del relato, al llegar al muelle, ella pone un pie en falso sobre los tablones que componen el piso y cae a la orilla del agua, Darío nervioso va en su auxilio y al intentar levantarla, el cuerpo de la infortunada resbala de sus manos, rueda y cae al agua. Viéndola en esa situación, él decide ir a dar la triste noticia a la casa hacienda, en medio de sollozos, que la señora se había ahogado, cosa que no había ocurrido porque el sitio en donde había caído la infortunada, no era profundo. (Nicaragua y Rubén Darío, 86-89)