jueves, 13 de noviembre de 2008

El mulato Barack y el nacimiento de una nación

La noticia de esta semana (noviembre) referida al triunfo inobjetable en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, -- ya prevista desde meses atrás por las encuestas--, del candidato demócrata, el mulato Barack Obama, ha sido de tal magnitud, que sus alcances planetarios, desde el punto de vista emocional, e informativo, quizás sólo pueda compararse con la alegría de la noticia del fin de la guerra en el año de 1945. Las agendas mediáticas mundiales dejaron en un segundo plano, la víspera, durante la votación y escrutinio y el día después, temas tan sensibles para el “gran público”, como la crisis financiera, la ronda eliminatoria de la Liga de Campeones de Europa, y todos los chismes de “comidilla rápida” de la farándula, para centrarse en la contienda electoral de los hijos del tío Sam y hoy también del Tío Tom.


En medio de ese contagioso proceso electoral, construido por una formidable magia mediática que sólo un ostentoso y vulgar presupuesto de centenares de millones de dólares puede hacerlo, la barackomanía ha levantado toda una montaña de conjeturas que han renovado el debate cultural y político. Desde latitudes ajenas al desvencijado sueño americano, muchas personas siguieron con cierto desdén o asombro, la epopeya de este impetuoso – y hasta hace poco tiempo – desconocido personaje afro descendiente, que de manera espectacular “asaltó” en una reñidas primarias, la dirección de uno de los partidos más importantes de ese país (Demócrata) para luego encabezar una histórica jornada electoral presidencial con una victoria aplastante ¿Cuáles son las raíces de ese contagio tan lejano y cercano, pese a la controvertida idea de una pertenencia a la “aldea global”? ¿Qué insondables mecanismos en el inconciente colectivo hizo que gente de lugares tan diversos y distantes alrededor del mundo, sintieran como propio el triunfo electoral de un candidato presidencial cuyos intereses pueden no corresponder en lo más mínimo a los suyos?


La respuesta -- quizás no del todo completa -- se pueden encontrar en una consigna que durante toda la campaña de Obama, sirvió de aliciente a sus seguidores la cual trascendería las fronteras al sintonizar con mucha gente en el mundo que de igual manera sienten el anhelo colectivo de cambio, en estos tiempos difíciles: “change we need”. Pese a que todavía no estamos seguros si de verdad se dará ese cambio y dada la magnitud de las expectativas y promesas dejadas en el largo camino de la campaña electoral, tampoco podemos adelantarnos a predecir las dimensiones y/o alcances de las reformas, lo cierto es que los retos son grandes y el tiempo es corto (ocho años si logra la reelección) razón demás para abordar el tema con cierto realismo más allá del entusiasmo que a muchos embarga.


Con un discurso y una elocuencia seductora, que al decir de la premio novel de literatura, Tony Morrinson, es poesía en prosa, este personaje casi salido de una novela de Mark Twain, o de las sagas Hollywoodense del nuevo héroe americano, una mezcla de los personajes de “Al maestro con cariño” (1967) y “John Q” (2002), por su historial, logró establecer un tipo de empatía con millones personas, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos. La novedad se sustentaba en el abordaje, sin asomo de estridencia, de una serie de temas que condensaban las aspiraciones y angustias más sentida por amplios sectores sociales, en medio de una profunda crisis en que se debate un sistema frío e insensible como el neoliberal (el reino del hiper libre mercado y sus fuerzas invisibles del bienestar), que no daba visos de arredrarse ante el imperioso clamor de millones de víctimas que soñaban con un cambio (crisis energética, alimentaria, ecológicas, guerras, marginación, migración).


La llegada del primer presidente mulato a la Casa Blanca, símbolo de poder de una potencia cuyos cimientos reales o imaginados se construyeron en medio del grito desgarrador de la esclavitud y la segregación racial, viene a darle continuidad -- más que a cerrar – a un episodio en la historia de esa nación y del mundo, acerca de la verdad de la construcción de las naciones y de una cultura occidental que reclama un nuevo relato, autocrítico, incluyente, tolerante y solidario. Es un clamor postergado, acallado, soterrado por la indiferencia de un modelo social injusto y que para muchas personas en el mundo, es el momento de renovarlo y/o construir otro, sobre la base de un nuevo Breton Wood, de un estado de bienestar incluyente y más horizontal y de una arquitectura política que contemple la nueva configuración del poder mundial.


Para muchos habitantes del norte, la llegada al poder de un representante de las minorías, abre las posibilidades de soñar con el “nacimiento de una nueva nación” que de manera definitiva demuela la vieja concepción de nación, creada y recreada por el Hollywood de David W. Griffith y sus epígonos. Lejos, en los recuerdos de la infamante “intolerancia” debe de quedar, la nada bien recordada película, “El nacimiento de una nación” (1914) de Griffith, donde este director, sin rubor alguno, recoge todo un catálogo de prejuicios raciales y culturales de ese “sur” profundo, en cual cree y añora, y sobre el cual se construyeron parte de los los cimientos de ese país.


Es la “revancha” de los grupos minoritarios (en especial los negros) quienes con el triunfo de Obama, reclaman un nuevo relato de la nación que borre para siempre la descolorida, aberrante y estereotipada puesta en escena de la secuencia de los negros en el capitolio de The birth of a nation y se retome la agenda postergada, esobozada en “Adivina quien viene esta noche” (1967). Es el momento de la restitución de derechos de las minorías marginadas y empobrecidas, que desde esos gloriosos años sesenta de manifestaciones sociales, hasta la autocrítica sincera de “El color púrpura” (1985), basado en el desgarrador relato de la novela de Alice Walker clama por no olvidar.


Para muchos, la llegada de un representante de “color” a la primera magistratura del país, marca un punto de inflexión de un antes y un después del relato cultural de los Estados Unidos. Simboliza el inicio del derrumbe de otro muro, representado por valores y esquemas de pensamiento, segregacionistas, intolerantes, adheridos bajo una gruesa capa de cientos de años. El desenlace final de la saga de las elecciones de este 2008, está marcado por una alegoría al estilo cine clásico, del Happy End. Esperamos que no se quede allí. Por de pronto soñar es gratis.

Miguel Ayerdis