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lunes, 30 de marzo de 2009

Si no puedo decir mi gran vulgaridad, de qué me río

si no puedo gritar a quien me desprecia, a cuánto me vendo

y patear a los desconocidos

azotar a los indiferentes

apalear con púas y pinos a los que no me dan la vista

ah, y recostar contra el paredón a quienes me han ofendido.


El aislamiento crece cada día

las probabilidades de sacar la cabeza en medio del lodazal se desvanecen

¿de qué otra tengo pues

que dejar bastante clara y fétida mi gran vulgaridad solitaria?


No me reduciría yo a menos,

no dejaría de aspirar a más

¿Y, por qué no, ser inminente, llegar más allá de los titulares del firmamento?


Eso o desaparecer,

o hacerles cosquilleos,

o hacerles la tarea que dejaron para después del mediodía,

eso o quemar las escaleras por donde bajarían los medallones del aparente,

eso o hartarme mierda hasta que yo mismo me haya despedido.


Cinco, seis, siete

no huelo a nada.

¿A qué hueles?

Huelo a mi moco atascado que no deja de entrar los olores.

Dicen que huele a miel.

Yo digo que huelo a algo que no puedo percibir.


Quizás por eso ya no me río,

sino que estallo,

me despilfarro y me vuelvo a hacer,

la acribillo en el pensamiento y la vuelvo a encontrar.

Póngame precio.


Debo irme.

Tengo que estudiar.

Sergio X. Palma. Lunes 30 de marzo de 2009.

viernes, 13 de marzo de 2009

De la estupidez y sus cualidades

Entra por uno de los lados una mujer (1), sus vestimentas son sencillas, camina rápidamente, en su mano izquierda trae un libro abierto, el cual lee mientras continúa, en la otra una taza llena de café caliente, no mira hacia delante y su vista está totalmente concentrada en la lectura. Por el otro lado entra un hombre (2), que camina en sentido contrario, se ve una expresión de enojo en su cara, de esas que dan a entender que no sabe lo que hace en el momento, mira fijamente hacia abajo mientras avanza, como si pensara en algo de mucha importancia. Como ninguno de los se da cuenta de lo que tiene delante, chocan al momento de cruzarse, el café de ella se derrama sobre él…

2: ¡Juemadre, hombre! ¡Que no te fijas dónde caminas! ¡Que eres estúpida acaso!

1: (Levanta el vaso, cosa que el hombre no hace, no es un caballero, lo queda viendo como extrañada) Disculpa…no fue mi intención. Pero… dos cositas: No soy hombre y tampoco tienes porqué llamarme estúpida.

2: Mira, ¡cállate!

(Lo interrumpe)

1: No te miro, te escucho.

2: (Al verse interrumpido y burlado, aumenta su enojo; de pronto pareciera que su cabeza está a punto de estallar) ¡¿Y tú quién te crees?! Primero me chocas a propósito para llamarme la atención (a parte) ¡la ofrecida ésta! (se dirige nuevamente a ella) y ahora te burlas de mí. ¡Como si yo tuviera tiempo para estas cosas! Sabes algo, pierdes tu tiempo conmigo.

1: (Al contrario de lo que sucedería normalmente, no se molesta, espera a que termine de hablar y responde con una tono de voz completamente calmado) Bueno…el tiempo se pierde sólo si uno así lo quiere, pues en vez de estarme diciendo hombre (a parte) ¡qué típico de los hombres! (a él), estúpida y ofrecida, eso si acaso crees que no te escuché, podríamos tratar como personas normales, hablar de cosas interesantes y con el tiempo formar una linda amistad: ¿no lo crees?

2: (Intentando contraatacar) Mira…(Lo interrumpe)

1: No te miro, te escucho.

2: ¡Oye entonces!

1: Tampoco te oigo, te escucho.

2: ¿Acaso no es lo mismo?

1: (Se pasa el vaso a la mano izquierda, donde también tiene el libro, y, moviendo el dedo índice de un lado a otro, responde) No, no lo es, porque todos los que escuchan oyen pero no todos los que oyen escuchan.

2: (Desconcertado, como un niño ingenuo ante un adulto elocuente) ¿Cómo es eso?

1: Verás: Es como con el accidente que acabamos de tener. La causa es que caminábamos, nos dirigíamos hacia un lugar mas yo, por estar leyendo y tú, como puedo suponer, por estar refunfuñando, no nos dábamos cuenta de ello. Lo hacíamos como si nos hubiesen programado. Lo mismo pasa cuando solamente oímos, pero no escuchamos.

2: (Aún más perdido que antes)………………... ¿Y, qué tiene que ver?

1: (A parte) ¡Es lo peor! Me llama estúpida sin darse cuenta de que él también lo es.

2: No creas que no te oí.

1: (A parte y con un tono desesperado) ¿Lo ven? Es un estúpido. Vuelve a caer en lo mismo. Dijo que me había “oído”, cuando en realidad me había escuchado. (Más desesperada) ¡¿Por qué será que la gente se ha resignado ha ser estúpida?! ¡¿Por qué, Dios mío?! ¡¿Por qué?!

2: ¿Es que ahora hablas contigo misma?

1: (Sin ganas) No, sólo decía que o eres o te comportas como estúpido. Dijiste…que me “oías”. Y ya te dije que el oír se hace involuntariamente, ya estamos programados para ello. Pero el que escucha entiende perfectamente bien lo que le dicen y conforme a esto actúa. (Cambiando repentinamente de tono y cara) Mas a propósito de lo de hablar consigo mismo… ¿te molesta?

2: Sabes algo...

(Lo interrumpe otra vez)

1: Bien, sé una que otra cosa. Pero si no me especificas qué es lo que debo o no saber, no puedo decir si lo sé o no. (Irónica) “¿Sabes?”: Ya te había escuchado ese “¿sabes?” antes, mas no quise decirte nada. Ahora veo que eres más estúpido de lo que creía.

2: (Más humildemente que antes) Tienes razón. No soy muy inteligente que digamos, pero no por eso tienes que decírmelo así.

1: ¡Pobre hombre! ¡No entiende! Quién ha dicho que la estupidez es la falta de inteligencia. ¡Al contrario! Ella es precisamente la que demuestra cuán inteligente eres.

2: No comprendí mucho de lo que dijiste, pero de lo que logré entender es que si soy estúpido, soy inteligente, es decir como tú, pero tú, siendo inteligente, no eres igual de estúpida que yo.

1: (A parte) ¡Ayyyy! ¡Dios mío! Dame un poco de paciencia. Ilumina la cabeza de este hombre. Ahora sé porqué el mundo va como va. (A él, hastiada y molesta) Lo que digo es que para poder ser estúpido primero hay que ser inteligente y, que mientras más inteligente seas, más estúpido puedes llegar a ser. La estupidez no es la falta de inteligencia, es tan sólo una de sus cualidades, una mala administración de ella. Es como la corrupción: Ésta no se da por la falta de gobierno, sino por que éste está, y valga la redundancia, mal gobernado. Y al igual que con ésta, mientras más grande es su estructura, en nuestro caso, el nivel de inteligencia, más amplia y profunda puede darse.

2: (Se queda mudo)

1: (Extrañada) ¿Qué te pasa? ¿Se te acabó la inteligencia?

2: (Sigue mudo y, después de un tiempo) Mira…escucha, quiero decir. Y, por favor, no malinterpretes ni analices científicamente, como ya me has demostrado que puedes hacerlo, lo que estoy a punto de decir. Creo no tener en este momento el humor o la capacidad de entender una palabra de lo que me hablas, pero puedes estar segura de algo: Si también eres así cuando tratas con alguien que no te cae mal, porque, supongo que lo haces por las estupideces que dije acerca de ti, y de paso te pido disculpas, es que estaba un poco enojado, entonces no es necesario ser un científico ni un estudiado para darse cuenta de que abochornas a todo el mundo con esos comentarios fuera de lugar, ¿sabes? Esto es lo único que puedo contestarte. Ahora, me daré la vuelta y me iré. ¡Hasta nunca!

1: (Pone una cara pensativa, y, antes de que él se aleje mucho, lo llama) ¡Hey!

2: ¿Qué quieres ahora? Creo que nuestra conversación terminó.

1: (Sonriente) ¿Quién ha dicho que me caes mal?

2: Nada más y nada menos que tus rebuscadas, cansadas y desesperantes palabras.

1: (No dice nada, la sonrisa se transforma en un ceño fruncido)

2: ¿Qué? ¿Es todo lo que tenías que decirme? Porque, ahora que recuerdo, antes de que mancharas mi ropa con tu café caliente, estaba muy enrabiado. Y recién empiezo a acordarme de qué es lo que me traía así. Entonces, si no te molesta, quiero volver a estar como estaba, y tú también deberías hacer lo mismo. Me voy y espero que donde quiera que vayas, te vaya muy bien, nos vemos.

1: ¡Espera!

2: (Se da la vuelta, espera que ella diga algo, mas está intranquilo, sólo quiere retirarse de allí)

1: Está bien, tienes razón en todo lo que acabas de decir, pero, “¿sabes algo?”: Por más que lo intentemos, será imposible volver a estar como estábamos antes. Déjame explicártelo y, por favor, ten la amabilidad de escuchar esto último antes de retirarte: No podemos regresar a lo mismo, eso ya pasó. Yo venía leyendo, tu pensando en algo desagradable, según pude notar, y chocamos. Entonces aún pidiéndote disculpas, fuiste todo un patán, pues me insultaste sin motivo alguno, incluso llegando a dudar de mi honra. Eso ninguna mujer lo puede perdonar, un hombre hace algo así y es: ¡Hasta nunca!, acompañado por supuesto de una buena bofetada. Sin embargo, no sé porqué, supe que estabas perturbado, tu mente se encontraba fuera de sí, por lo que me resigné a escuchar tus insensateces y luego, quise calmarte, poniéndote como un estúpido, mostrándote lo bajo que habías llegado, eso, aunque no te conociera, ni tuviera idea de si querías simplemente apartarme de tu vista o matarme. Y, contra todo pronóstico, logré mi acometido: sin saber quién eres ni qué es lo quieres, pude tranquilizarte y yo, aunque alejándome de mi lectura, que casi la considero sagrada, me sentí bien al saber que te habías relajado un poco, mas fue como si me cayera un balde de agua fría el que dijeras que querías volver a como estabas.

2: ¿Eso es todo?

1: No, no he terminado. El punto es que por muy poco que haya durado nuestro encuentro y la poca relevancia que aparentemente haya tenido, ha significado algo en nuestras vidas. Pero no me entiendas mal, no hablo de esas locuras obsesivas del amor a primera vista o cosas por el estilo, no. A lo que me refiero es que cuando dos personas, sin importar quiénes sean, se conocen, existe una infinidad de posibles relaciones que pueden darse entre ellas. Y yo, como verás, he llegado a la conclusión de que aún con toda la ira que todavía llevas dentro y de la forma en que me trataste, eres una buena persona.

2: (Espera un tiempo. Se pone triste o más bien alegre, pero sin poder expresarlo y casi con lágrimas en los ojos) Gracias…Nunca antes nadie me había dicho eso.

1: De nada. Y… ¿quién sabe? Tal vez nos volvamos a ver, tal vez no. Pero, no importa, lo mejor es que se lo dejemos al destino, aunque ni yo misma esté segura de su existencia, mas, en caso de que sí exista, entonces él sabrá que hacer. Y ahora, amigo, ahora sí he terminado. Hasta la próxima. (Se da media vuelta y se va por el mismo camino donde la había encontrado)

2: (Él, aún con la mente un poco ofuscada, se dice para sí mismo) Hasta la próxima.

(Y todo se acaba)

Sergio X. Palma. Martes, 11 de abril de 2006. Managua, Nicaragua.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Para una niña

“Calla niña, sé joven y aprende de nosotros.” Filosofía espuria, imágenes confusas y desconectadas eran las insignias de su enseñanza.

¿Cómo pues…?

¿Cómo pues se explicaría que no le bastó romperle a mazazos el esqueleto a su protector y más cercano espíritu?

¿Y cómo entonces…?

¿Y cómo entonces entenderíamos que mantuvo silencio mientras el Rey excomulgaba de su tierra a aquel inocente traidor y malhabido ser?

Pero verán…aún no cabe para ciertas mentes insolubles que ella destruyera su valor, su conciencia y lo que era por el llanto de un imbécil atiborrado de su proceder.

-No- dirán -¡incomprensible!-

Y lo dirán mientras se revuelcan con su cereal y su sopa.

Pero ni sopa ni cereal regresarán a la boca de aquella dama, no sin que estén condimentados con algo o mucho de su autodesprecio.

“Ve a tu cuarto, insolente. Deja de lloriquear y haz tu tarea.”

Sí, pudo ser eso.

Pudo ser que se entregaba a la tarea del día anterior cuando el gusano llegó arrastrándose ante su pupitre.

-¡Aplástame!- le dijo.

-Déjame tomar tu pie y dejarlo caer sobre mi miseria. Después podrás continuar con tu demencia.-

-Ah, por cierto, y no se te olvide realizar el sueño que estoy a punto de destruir.-

Tomó un papel mojado, escribió incoherencias resguardadas hasta entonces bajo su carne exterior y lo entregó a su hermana banana.

-Te lo doy mojado para que te lo exprimas en la cara y finjas que son tus lágrimas. Así no sospecharán de tu crimen.-

…Que también era su crimen, y también su estupidez sublimada.

Solemne fue su muerte, y no menos pomposo y güegüensiano el funeral.

Ahora la niña, la joven risueña, dulce, suspirante, y por lo mismo, idiota de nuestro tiempo, desea curar a niños deprimidos.

Sólo suerte y olvido le podemos desear.

S. X. Palma.
Managua, 09 de septiembre de 2008.

sábado, 16 de agosto de 2008

Yo soy el interlocutor de mi interlocutor. De cuando en cuando descubro que mi interlocutor es un imbécil, y no en raras ocasiones él decide que quien le conversa es un idiota, o un irracional, o un idealista, o un ser despreciable. Será que su interlocutor se ahoga y corroe en medio de los cardúmenes humanos llenos de gente sin valor ni ser que le suelen rodear aunque su voluntad así no lo quiera. Ese es el precio de ser medido y de ganar títulos para colgarlos en la pared y decir: "Soy un logrado; me han fabricado correctamente. Cómprame por favor." Sí, esos controles de calidad por los que nos filtran a menudo nos convierten en buena comida, claro que sí. Excelente manjar para el búfalo policéfalo de la corrupción y el consumo. Nada más que eso. "Que debemos poner el individuo ante todo", he querido decirles en momentos de lucidez y libre-yo, pero dos batanes me requiebran la mandíbula cuando deseo hablarlo: La burla de los comediantes que los hacen risotear falazmente y la cobardía interior que me acompaña desde que soy ciudadano respetable. De aquí en adelante no digo más; ya siento a la caterva infernal que me observa y desespera.

Sergio X. Palma. Managua, 21 de mayo de 2008.

sábado, 12 de julio de 2008

Detenimiento

Pérfida sien.
Si no fuera inoperante,
Si no fuera inverosímil y taxativa,
De cuanta persona se le muestre.

Maldita soledad,
Soledad beneficiosa en lo mucho,
Estiércol de mis días ahora que se cierran
Las horas sobre mi esperanza.

Desconcentración absolutista,
Cansancio empedernido y burlesco,
Silencio de la tumba donde yacen mis vivos y muertos,
Por favor, no te tragues lo que queda del seso y pienso…

No pienso.
Ya no pienso.
No ahora que el presente se me hace irreconocible,
Mientras que los sueños me amenazan con señuelos.


No hay descanso,
No hay noche prodigiosa,
Ni las ideas tienen claridad.
Ellos ya perdidos estaban,
Sí, perdidos eran.

¿Pero un hermano muerto?
¿Y el otro bordeando el desfiladero del fracaso?
¡Mientras acá, donde me muevo,
Siervos y osos luminosos vociferan contra nuestro pueblo!

La verdad ya la sabíamos;
El desprecio interno ya era parte nuestra,
Y con la soledad fría habíamos aprendido a convivir…

Mas ahora no podemos llamarla soledad,
Pues la dimensión a donde viajábamos cuando
La soledad se hacía insoportable, se ha secado…

Aquello que soledad era, es todo cuanto me queda;
Vida es ahora la antigua soledad.

Me detengo.
Pálido, áspero, inerte
Es el reflejo.
Sombrío, hediondo y abstracto
El elemento,
Mi elemento.

Me detengo.
¿Qué hacer?
¿Adónde ir?
La montaña es digna de escalarla.
Quiero escalarla.
La escalo.

Metros abajo mis patriotas van quedando.
Del abismo algunos han hecho ya su cumbre.
Pero no me engaño:
Allá está la cumbre,
Allá vamos.

Quizás no me engaño; tal vez sólo me miento.

Sergio X. Palma. Managua, 08-09 de julio de 2008.

viernes, 30 de mayo de 2008

Estaban ellos...

1: La historia avanza de manera lineal: Hay un principio y un fin, un principio y un fin.

2: ¿Hubo principio?

1: Principio no sé si hubo, y final sólo quizás.

2: ¿Habrá final?

1: Final no sé si habrá, pero nuestro principio ya está pronto.

2: ¿Y cómo será el final?

1: Del final y su principio no sabemos nada.

2: ¿Llamamos al final y le preguntamos cuándo será su principio?

1: Precavido eres, personaje temporal. Tienes un principio y un fin, un principio y un…

En esto estaban pues ambos, principio y fin, los amantes empedernidos, cuando desde la puerta de la alcoba asomó tarareante el principio del final, y el final de un principio que dejé tirado líneas atrás, y de cuyo final no sabré nada.

Sergio X. Palma. Managua, 28 de mayo de 2008.

martes, 20 de mayo de 2008

Para el lector

Que su estúpido poema lo había decepcionado. Eso pensó él cuando releyó aquella cosa, pero a él se lo habían dicho; antes no lo creía ni lo imaginaba. Más bien, se carcajeaba de tanto sinsentido y no-valor: Sus pensamientos amorosos habían sido pintarrajeados en el papel a rayas, y eso le inspiraba risa póstuma.

En un principio, ideó un castañuelo girando impúdico sobre la pista de baile de la sala principal. Los demás, tendrían que vestir de cenzontles amigos, pensó él. No podría ser de otra manera, decidió, a menos que a gusto y decisión de ellos optaran por danzar al son que les pusiera el señor de lentes y crucifijo. Pero siendo como era él ser todosupremo de sus insensateces y escritura, les quiso llamar cenzontles y no cardenales. Eso le costaría caro.

“Tendrá que hacerlos enojar” se dijo. “De su pequeñez y poca valentía se enriquecerá sigiloso aquel juglar sinvergüenza y descarado”. Esta sería la temática central de su comedia.

Satisfecho pues, de estos sus revoloteos neurológicos y pseudoliterarios, empezó ingenuo a trazar sin regla y transportador los renglones del poema fraguado. El costo de la crítica se iba incrementando a cada letra y por aquellos días, no se miraba mal que su precio lo fijaran los estorninos.

Arrebatado por su anochecer y encendido de maiquetías que habían sonado sobre el techo de su cuarto, se le vinieron en mente otras inteligencias y burlas decididas. Se rascaba los huevos de vez en cuando. La picazón, al fin y al cabo, tenía una fuerza que ni la lógica ni la polilla, tal vez más la polilla que la lógica, podían entender dentro del flácido dogma central de su necedad.

Mas de estas inferencias no se ocupaba aquel adicto cinetocoro, embelesado como estaba por el peluchito de su amiga y por el disparar nauseoso de la monstruosidad literaria que estaba creando. Será que el ofuscado jurista que escuchó, medio dormido, en el programa matinal, le había transfundido su destreza reburbujeante de trivialidades.

Así las cosas, siguió martillando, clavo a clavo, pared en pared. “Por los desiertos bajan los tuertos, querido lector”. De tal forma puntualizó aquel poema del trastorno. Era hora que lo rematara; sus huevos estaban rojizos. No soportarían que los continuara rascando con semejante ímpetu.

Terminando entonces su translación de consignas, se fue a acostar redimido. Al día próximo, colocaría en el mural de la universidad su más reciente embotellamiento psicológico. El que dirán no era precisamente su objetivo.

Pero dijeron…y dijeron que su garabato semejaba una polla hedionda. Lo hicieron del mejor modo que la prisa les ofreció: Pintarrajeando una verga estereotipadamente hedionda sobre el trasfondo del pizarrón.

Que su estúpido poema lo había decepcionado. Eso pensó él cuando releyó aquella cosa, pero a él se lo habían dicho; antes no lo creía ni lo imaginaba. Más bien, se carcajeaba de tanto sinsentido y no-valor: Sus pensamientos amorosos habían sido pintarrajeados en el papel a rayas, y eso le inspiraba risa póstuma.

Sergio X. Palma. Managua, 20 de mayo de 2008.

sábado, 10 de mayo de 2008

Entonces Poto, ¿Qué mensaje le doy a Chonchita?

Recién había descendido yo del autobús escolar alado cuando la niñacuyonombredesconozcoperoquesiempresaludo me preguntó aquello. Al punto, redirigí mi vista hacia la suya y me encontré que su interrogante era sincera. Algo me decía que aún no debía responder, que Chonchita podía estar cerca escuchando lo que yo diría. Continué girando mi mirada en aras de localizarla, mas únicamente pude hallar a las enanas polimodales que siempre la acompañaban. “Bien”, me dije, las condiciones están dadas para mi respuesta. En el fondo, no obstante, todavía el miedo me invadía; no fuera que mi vieja amiga, o nueva indiferente, que es casi lo mismo, se escondiera paciente esperando mi réplica a tan inusitada provocación.

“Ante todo dile que calibre sinfónicamente sus balanzas”, dije yo. Y no es que Chonchita se interesara por experimentos audaces que demandaran balanzas de alta precisión, mas no fuera a ser, teniendo en cuenta las sorpresas que los doctos me habían dado desde mi llegada a aquel lugar, que de un momento a otro se decidiera medir la calidad de los alumnos en función de sus resultados al subirse a las pesas protoanalíticas.

Como si lo que dije tuviese un antisentido, todas ellas asintieron al unísono y desincronizadamente. Sin demora, la que me había cuestionado en un principio, cambió su metafaz para exigirme mi siguiente frase. Habría yo proseguido si no fuese porque entonces recordé que los dedos de mi otra izquierda estaban atiborrados de pesadez. Pobrecitos ellos, víctima cada uno de la impulsividad pletórica que mi trastorno unipolar hacía persistir aun estando dormido y calladito.

Me quejé pues de mi blanco dolor con los claroscuros que me acompañaban (así les decían a los mestizos los discoboys sin conocer exactamente el significado de semejante término y así me habían orientado ellos, antes de la siesta, que les llamara), pero sólo me respondieron:

“Deseamos aparearnos con las enanas polimodales.”

Al escucharlos, la niña más vulvotrónica de las ahí presentes elevó plegarias al Cilantro de la Concupiscencia:

“Oh, Cilantro de la Concupiscencia, dame mi chirigüín de cada noche, para que pueda seguir creyendo en tu difuminado designio…”

Así continuó largo rato, sin que esa desconsiderada se acordara de que tenía tan irritante voz. Imitando yo su vulgaridad, grité a la niñacuyonombredesconozcoperoquesiempresaludo:

“Mira, niñacuyonombredesconozcoperoquesiempresaludo, también le dirás a Chonchita que Tío Shú la ama, pero que yo no puedo continuar remilgado.” Tristemente mi hiperyó me comunicaba que sería castigado sin mayores tardanzas por haber dicho aquello. Ay de mí, que ya podía prever los fuegos de Picudo congelando las aulas de donde yo había salido hace no mucho, cuando todavía eran cálidos témpanos de mediocridad.

Mi error, sin embargo, había sido peor que lo imaginado: Oí el lloro de Chonchita reclamándome desde mi detrás. Volteé y ahí estaba ella, 100 grados a la derecha de los claroscuros y 45 a la izquierda de la chica del matiz, la tercera y antepenúltima de las enanas polimodales.

En su cara se reflejaba maloliente mi rechazo, que incluso había perforado la antigua sutileza de la dentadura que jamás critiqué. Sabía yo que se encontraba pronta, pero mi curiosidad inacabada no había terminado de ubicarla. Ahora ya lo había hecho. Ahora ya había desintoxicado mi desinterés. Y siendo el mundo rígido como era, debía orinar mi condena en alguna parte, y tuve que hacerlo sobre su imagen pitana, sobre la cual, ahora la acuarela se derramaba por celestial gravitación.

Chonchita paró de llorar. No dijo nada. Yo me di media vuelta; enfrente de mí tenía nuevamente a las enanas polimodales, esta vez a la cuarta de ellas, la clistriforme atractívola, queriéndome respingar besos por el rostro como sanción a mi blasfemia. Como si fuera poco, me lanzaba cuadrúpedamente sonrisas de anteojo a anteojo, a lo que yo, persiguiendo mi supervivencia tardía pero valedera, comencé a saltar encima de los claroscuros.

De uno en uno llegué hasta la aguja que el autobús escolar alado en que viajaba hace no mucho pasó arremolinando sin el permiso de mi delicadeza. Mi actitud era una cobarde renuncia al presente que me agobiaba y a la deformidad insoportable que en Chonchita había visto. Pasado entonces este punto, miré hacia el termosuelo. Ahí estaban la estrella y el círculo que por años habían sido símbolos inocentes de mi aprisionamiento. Debí estar loco de abandonarlos tan de prisa. La libertad se estaba esmerando en descoyuntarme. Había empezado con mi equilibrio, siguió con mis dedos y ahora quería manuquelarme el orgullo.

Para mi suerte, caí en cuenta a tiempo de tan execrable plan en mi contra. A mis orígenes debía regresar, pensé. Una contratransmutación era pues lo que buscaba. Lo proyecté cuidadosamente:

Primero debía empezar a copiar todo lo que dictaban mis profesores, luego, pedir permiso antes de salir a comprar un tutifruti. Con paso ligero, devolvería los libros contemporáneos y comunistas a los estantes de donde los había sacado. También tendría que ocuparme de recolocar el polvo encima de cada uno. Esta fue la tarea que más tiempo me tomó. Partícula por partícula, tuve que buscarlas en los pulmones de amigos y enemigos, debajo de los audífonos y detrás de los sonetos. Una vez hube hecho esto, me encargué de desaprender las lenguas circense y ampiloseña en las que semejantes monstruos como Tadvik y Vosilaf me habían instruido. Textos escolares y cuadernos fueron oportunamente retornados a las librerías, y la ropa devuelta a proveedores, quienes a su vez la reintrodujeron sin procesar en las motas de algodón de los cafetales.

Mi risa era plena y mi felicidad envilecida. Con ametralladoras Saturnun 27 había alcanzado a aniquilar todo recuerdo de Chonchita. Tomé proparasitarios para decrecer ontogenéticamente. En menos de un cuasimes perdí el dominio de mis facultades neurológicas, así como de la talla y peso que la libertad me proporcionó en días aciagos. Listo para reingresar en medio de las piernas abiertas de mi madre, dejé que un docto desconocido me tomara entre sus tentáculos. Las enfermeras que por pensar independientemente un día detesté, ahora me miraban como uno más de sus bebecitos. Con un pedazo de plastilina monolítica pegaron el cordón umbilical del que nunca debí desprenderme. Mi suprema autonegación estaba a punto de consumarse…ay que ya podía relamerme pensando en los deliciosos jugos uterinos. Las relajaciones perineales me ayudaron a introducirme en mi final antidestino. Estaba en eso, cerrando el agujero de mi encerramiento, cuando desde mi detrás oí una carcajada conocida. De repente, perdí toda conciencia y entendimiento digno. Años luego, descubrí que fui expulsado hacia el otro lado del abismo. De aquel momento, sólo recuerdo que al abrir los ojos un hombre respetable dijo: “Chonchita, has parido un niño polivalente.”

FIN.

Sergio X. Palma. Managua, 10 de mayo de 2008.

martes, 18 de marzo de 2008

Lamentaciones inútiles


Ya cuando el Sol se ha puesto,
la Luna ha nacido y
un conjunto de cansancios infinitos
luchan por doblegar
la insistencia de una mente terca,
escribo estas letras.

Ya cuando las neuronas
que revolotean todo el día
como pajarillos traviesos
en medio del calor agobiante del verano,
se cansan de pensar, de reír, de sentir,
de leer palabras y frases que solamente
aturden la poca tranquilidad que tengo y
me sacan las lágrimas retenidas por tanto
tiempo en la incesante terquedad de destruir
mis sentimientos, es entonces,
cuando escribo estas letras.

Pero, ¿letras son?
¿O acaso son el simple resultado
del mal que llevo dentro,
de vivir de la fantasía y no de la realidad,
de imaginar un mundo de cortesía mas no el de la crueldad
con el que me levanto cada día
con esas ansias de poeta de caminar, de sonreír,
de mostrar lo feliz que soy y puedo ser?

¿Es que puedo llamar letras
al hecho de contar los turbulentos vaivenes de mi cabeza,
que es mente, corazón e intestino,
mente porque piensa,
corazón porque ama,
intestino porque teme;
es que puedo llamar frases
a las ideas lógicas, ¡digo yo que son lógicas!
que al estar cansado, triste, pobre y perturbado
se acumulan como bolas de nieve,
listas para pasar encima de mi poca inteligencia
y para ser escritas en un papel de ilusiones.

Sí, papel de ilusiones. Porque hasta aquí
llega esta locura mía de vivir de fantasía
y no de realidad.

Es que puedo, entonces, llamar estrofas
a todo este conjunto de lamentaciones
inútiles que una vez que esté en la cama,
se irán de mis adentros para luego regresar
como seres vengativos que aplastan sin piedad
el poco sosiego que ya pude alcanzar?

Como dijo aquel gran hombre encerrado,
que esperaba con paciencia el final,
la esperanza, el futuro, la justicia,
la injusticia, el pecado, la codicia,
libertad y más delicias que da el mundo
sin igual:

¡Que me juzgue el tiempo!
Aunque realmente no lo haya así dicho.
Pero eso no importa…
¡Que me juzgue el tiempo!
Perfecto juez de estos hombres y mujeres
que viven sus vidas sin desear más que el oro,
la comida, un dulce pan, comodidad,
que no pierden su tiempo, sus letras,
sus palabras rebuscadas en lamentaciones inútiles
que los obligo a analizar.

Hombres y mujeres,
entre ellos yo camino,
con humanos yo respiro,
a su lado desatino
en mi afán desesperado
de hallar lo que ellos buscan
mas no encuentran, yo no encuentro,
y…ahora…pienso, ya no me lamento,
y así, digo, antes de dejar abandonadas,
sin dejarlas, estas letras arrancadas de mi
mente extenuada…que me juzgue el tiempo…

Sergio X. Palma. Sábado, 08 de Abril de 2006. Managua, Nicaragua.

La pintura es obra de Francisco de Goya y Lucientes: "El sueño de la razón produce monstruos" (1799)



domingo, 9 de marzo de 2008

Arrepentimiento


En el camino hacia la locura
Me tropecé con el demonio
Y con un ángel y con mi conciencia,
¿qué más podría pasar,
Si me dirigía hacia el cadalso?

Pero mis ojos estaban vendados
Y mi comprensión incompleta
Y mi inteligencia reducida.
Todo me era abstracto.
En el camino hacia la horca,
Me volví totalmente estúpido.

¡Ay! ¡Cómo me atrapó el dragón!
En el camino hacia la muerte
¡Ay! ¡Cómo caí en las manos de la falsa ilusión!
¡Cómo me engañé a mí mismo!
Y me acribillé con todas mis fuerzas
En el camino hacia el paredón.

¿Qué dolor, lectores míos, qué dolor
Puede ser más grande
Que el de acuchillarse sin saberlo
Y con toda la prepotencia que cabe en el Universo?

Es el instinto de muerte,
El demonio de la perversidad,
El embeleco de la impersonalidad,
Y la oscuridad de la insensibilidad.

¡Ay! ¡Es la corrupción de mi ideal!
Se erigió una dictadura y me terminé matando
En el camino hacia la destrucción.

Y ahora me torturo,
Me retuerzo como un gusano
Por perder la dirección
Y el sentido de mis designios.

¡Ay! Es que no tuve cuidado
Y me resbalé ante la risa de los sabios,
En el camino hacia la horca.

¡Ay! ¡Cuánto me arde!
Me he suicidado y sigo viviendo
Y la horca y el verdugo que lleva mi cara,
Esos se quedan atrás.

¡Ay! ¡Que soy un niño!
Me queda mucho por aprender
En el camino indefinido.

Sergio X. Palma. Managua, 27 de febrero de 2008.

La pintura arriba es obra de Francisco de Goya y Lucientes: "El 3 de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío"(1814)

sábado, 8 de marzo de 2008

A lo que creo

De la Quinta Avenida
Salió una silueta, una flor de luces,
Una vestimenta.

Una cuna de hadas que cruza al futuro,
Del Este al Oeste, para ella no hay muros.
Y sigue y sigue, y no se detiene,
Y al sabio saber su camino es siempre.

Y el Sol en la espalda no es escaramuza
Que le corte el paso, que manche sus blusas,
Simples y sencillas, no son arrogantes
Y sin ni una pena muestran su talante,
Tan calmo, tan suave y tan generoso,
No duda en dar algo, no para su gozo.

Sepan los lectores mas no esta que lee
Que las flores blancas al mundo no temen:
Caminan, descansan, siguen su camino,
Calores, colores, ese es su destino.

Ese es el que creo, ese es el que he visto,
En sueños dormidos, despiertos y mixtos,
Y ya me despido, y pido disculpas
Por dar un poema mas no simples frutas.

Sergio X. Palma. 03 de marzo de 2006. Managua, Nicaragua.

viernes, 7 de marzo de 2008

Poema fabricado sin mucho esfuerzo y somnoliento

Suena un mango que cae en el techo de mi casa
Incendian un auto en las calles de París
Otros celebran las fiestas de la Raza,
Mientras escupen a la raza, mientras aplastan lo feliz.

No es sólo rima barata la que suena en la cama de mi casa
Derrumban un muro en las calles de Berlín
Hay otros que trepan la senda de la montaña alta
Mientras algunos degustan un buen plato de aserrín.

Está dormida la gente en los cuartos de mi casa
Torturan a un hombre en una celda de Guantánamo
Otros se drogan con químicos y melazas
Pero yo me drogo para dormir tranquilo y sano.

¿Y ahora, qué? ¿Un giro inesperado? No, cobarde continuismo.

Los abanicos giran en los aires de mi casa
Crepitan los bosques en algún lugar de California
Hay otros que estudian proyectando sus terrazas
Y hay otros que se quedan sin estudiar como tía Sonia.

Ya no entra tía Sonia por el portón de mi casa
Destruyen dos torres en el centro de Manhattan
Otros asesinan y liberan a la Patria
Y hay otros que soberbios, te persiguen y te matan.

Dos loros duermen colgados en el patio de mi casa
Fusilan a la democracia en una plaza de Pekín
Hay otros que derrochan su futuro en una taza
Pero yo sólo derrocho lo que ya no tiene fin.

¿Y luego? ¿Un sueño súbito ha llegado? No, la droga hizo su efecto.

Sergio X. Palma Miércoles, 18 de febrero de 2008.

Obscurecimiento de la impaciencia


En el día sexto desde cuando,
El despertar fue largo,
El día se hizo día,
Ya no quería ser mañana.

La cordura fue enterrada
Y la seguridad se hizo insegura
El castillo dejó de ser castillo
El lugar se hizo el lugar
Y donde había antes gentes
Ahora sólo había mesas.
La tranquilidad se hizo dolor
Y la saciedad regresó a ser sed.
El orden perdió el sentido.
Y el tiempo dejó de circular
Por los pasillos de donde habito.

Antes del día sexto, lo positivo estaba encima del símbolo de la nada
Y lo negativo por debajo de ella.
Pero en el despertar del día sexto,
Se me perdió de vista la nada: Sólo había desolación.

La muchacha negra volvió a ser blanca
Sus ojos azules se hicieron azules
El hambriento perdió el apetito
La frustración se hizo frustración
Y donde antes había familias
Ahora sólo quedaban casas.
La paciencia se hizo eternidad
Y la pobreza volvió a ser pobreza
Y las noticias perdieron el momento
Y gritaban desde un pasado vacío
Y habían perdido la continuidad.

Antes del día sexto, la felicidad se hallaba por arriba de la abulia,
Y los trastornos del alma por debajo de ella
Pero en el despertar del día sexto,
Abulia es lo único que queda.

En el día sexto desde cuando,
El despertar fue largo.
El día se hizo día
Ya no quería ser mañana.

Los amigos se habían ido
Y la música se fue apagando
En el día se sexto desde cuando
Sólo pude oír penas y ruido.

Sergio X. Palma. Managua, 22 de febrero de 2008.

lunes, 25 de febrero de 2008

El perro de larga cadena

Era domingo, era tarde, era calor, era verano,
era mi casa donde estaba, soportando el cansancio,
lustraba zapatos bonitos, de lujo, lucidos
en bares, colegios, lugares precisos..

Pensaba,
¿es que acaso pensaba?
no lo sé,
digamos que cavilaba
en el mañana, en el futuro,
que me espera
¿es que acaso me espera?
tampoco lo sé,
digamos que es paciente
a mi llegada
¿llegaré?

¡Ya basta!
Ve al grano,
saca esto de una vez,
di al mundo lo que viste,
en ese instante de sed,
de sopor, de calor,
de un inmenso esplendor,
¡Ya basta!
di todo,
sácalo ya…

En un porche de paredes pintadas de blanco,
estaba yo trabajando, mirando hacia fuera, fue cuando
bajo un roble sembrado hace años y eras,
pasaba este perro de larga cadena, ¡que pena!
no pude esperar ni aguantarme las ganas,
de mirar sus patas tambaleantes, no sanas,
sus ojos sinceros, más secos que el valle
de reyes tan duro, tan lejos, inmenso,
su hocico, que de un lado a otro ondulaba
sin giros, buscando comida, un poco de agua
para seguir vivo
nada más quiere este perro, nada más
es libre y cautivo, no sufre, ha sufrido,
avanza arrastrando esa pena, esas llagas,
esa larga cadena estampada en su cuello
otrora liberto, soberbio, ¡qué bello!

Fue entonces,
contrariando milenios de ciencia,
tratados y libros, más libros, conciencias
forjadas con sangre, con odio,
con sombras y noches,
delirios y bosques,
que el perro de larga cadena
me mira, con ojos, luceros,
mirada encendida,
tranquila, calmada,
centrada, directa, tan fija,
él come un pedazo de pollo
sobrante, fue alimento, fue sopa
de seres pensantes y ahora,
allí tirado, allí al aire,
es la cena, es almuerzo,
y es postre sin nombre
de perros y perras dispersos.

Y me ve, el perro de larga cadena,
me dice:

“Buen hombre, ¿qué haces?, ¿qué escondes?, ¿qué quieres?, ¿y dónde están tus temores y miedos a perros, a canes, a fieles compañeros ya llenos de honores, de tumbas con flores?”

¿Es que hablan los perros sin nombre?

“No yerres, amigo, no soy un delirio producto de tus noches desveladas ni de tu mente extasiada.
Yo tengo un nombre, o lo tuve”

Eres el perro de la larga cadena.

“¡Qué necio eres!”

Perro de la larga cadena, no me mires así, no soy la causa de tus penas, ni tampoco tu fin. Te veo pasar y me compadezco de tu cuello preso en esa carga que te ha puesto algún humano ruin.

“Ruin eres compañero”

¿Compañero?

Sí, eres mi compañero. Si no, no te atreverías a hablarme. Nadie lo hace.

¿Porqué me llamas ruin?

Eres ingenuo. Me ves, no te sorprendes.

Sergio X. Palma. Managua, 2006.