viernes, 18 de julio de 2008

Augusto César Sandino

MI ÚLTIMO VIAJE A SANTA RITA

Llegamos a Santa Rita en busca de una tregua con el calor de Managua que expulsa a todas las familias fuera de sus casas. No era la primera vez que visitábamos aquella comarca que nos parecía el confín del mundo: pájaros exóticos, ríos con peces dorados y una vegetación que apenas presentía la civilización.

Esta vez encontramos la calle central sin ningún alma, más polvorienta, con un calor que irritaba la garganta y los ojos, producía un efecto visual que distorsionaba nuestra realidad, todo aquello nos confundía en un mar de desconocimiento.

¡Sih!!Sih!- volvimos el rostro hacia una casa con un bajarete a punto de caer y era un hombre flaco y escuálido con la nariz puntiaguda y un sombrero de palma ya desvencijada.

¿A qué vienen?- dijo el esperpento.

Venimos en busca del río- le respondimos con mucha prisa y casi en coro para no seguir hablando con aquella aparición.

Detrás de ese palo de jocote pelón, búsquenlo si todavía existe- dijo riéndose de nosotros a carcajadas.

Fuimos enseguida al río y lo que encontramos fue un lodazal que a duras penas se mantenía. A las orillas solamente quedaban los troncos con heridas de hacha. La atmósfera estaba impregnada con el olor fétido de humano.


Byron Delgado

Recordando a mi padre

Existe entre mis recuerdos de infancia una tarde en que mi padre me llevó a conocer la Plaza de la Revolución, vi dos grandes retratos colgados del Palacio Nacional; uno lucía un sombrero, una chaqueta café y un pañuelo rojinegro en el cuello, su aspecto me era familiar por una foto que colgaba en la pared de mi vecino; el otro cuadro me presentaba a un hombre de gran sonrisa y lentes gruesos, no sabía quien era. No sé como, pero me alejé del alero paternal, corrí en dirección contraria a aquellos campanarios que me amenazaban con su sombra y me acerqué a un parlante que pregonaba un canto que me hacía saltar el corazón como si una rana o un saltamontes estuviese preso en mis costillas.

Caminé y encontré un bajorrelieve sobre luchas y guerras, un puño golpeaba al tirano, la patria construida por un cañón de gloria en piedra. A la vez, un niño olía pega a mi lado; una muchacha embarazada con su cabello mugriento se me acercó, con sus manos magulladas extendió un petate sobre la tierra y se acostó, una vieja desdentada y ciega pedía dinero o si no te insultaba, dos hombres con grandes ojeras esperaban en una piedra con impaciencia, y una señora con un delantal todo deteriorado era seguida por una romería de niños hediondos y harapientos con cuerpos color cenizo.

Todo se perdió – decía un caballero de gran elocuencia cercano a mi padre quien me llamó enseguida me vio.

Como si expresara palabras de plomo, el peso de sus recuerdos cargaban con la nostalgia de un sueño roto, una ilusión vencida por la realidad. Ese caballero se retiró sin más palabras, nosotros nos dispusimos a hacer lo mismo, mi padre llevaba un rostro crispado por la reflexión, turbado por los recuerdos, mencionó en un tono duro que ya nadie se acordaba de aquel lugar.

Más tarde me daría cuenta sobre todos los hechos que tanta nostalgia provocaba a mi padre, no era para menos, ese fue su sueño y de vez en cuando recordarlo lo hacía revivirlo, luego proseguía una reflexión que siempre terminaba en un adiós a aquel repaso a su memoria. Tal vez, lo que le pasa a mi padre es lo que yace en la conciencia de un país cuya ilusión fue truncada. Mientras tanto en mi mente se quedó grabado: “escucha pobre, el patrón a no comerá de tu pobreza”.

Byron Delgado

sábado, 12 de julio de 2008

Detenimiento

Pérfida sien.
Si no fuera inoperante,
Si no fuera inverosímil y taxativa,
De cuanta persona se le muestre.

Maldita soledad,
Soledad beneficiosa en lo mucho,
Estiércol de mis días ahora que se cierran
Las horas sobre mi esperanza.

Desconcentración absolutista,
Cansancio empedernido y burlesco,
Silencio de la tumba donde yacen mis vivos y muertos,
Por favor, no te tragues lo que queda del seso y pienso…

No pienso.
Ya no pienso.
No ahora que el presente se me hace irreconocible,
Mientras que los sueños me amenazan con señuelos.


No hay descanso,
No hay noche prodigiosa,
Ni las ideas tienen claridad.
Ellos ya perdidos estaban,
Sí, perdidos eran.

¿Pero un hermano muerto?
¿Y el otro bordeando el desfiladero del fracaso?
¡Mientras acá, donde me muevo,
Siervos y osos luminosos vociferan contra nuestro pueblo!

La verdad ya la sabíamos;
El desprecio interno ya era parte nuestra,
Y con la soledad fría habíamos aprendido a convivir…

Mas ahora no podemos llamarla soledad,
Pues la dimensión a donde viajábamos cuando
La soledad se hacía insoportable, se ha secado…

Aquello que soledad era, es todo cuanto me queda;
Vida es ahora la antigua soledad.

Me detengo.
Pálido, áspero, inerte
Es el reflejo.
Sombrío, hediondo y abstracto
El elemento,
Mi elemento.

Me detengo.
¿Qué hacer?
¿Adónde ir?
La montaña es digna de escalarla.
Quiero escalarla.
La escalo.

Metros abajo mis patriotas van quedando.
Del abismo algunos han hecho ya su cumbre.
Pero no me engaño:
Allá está la cumbre,
Allá vamos.

Quizás no me engaño; tal vez sólo me miento.

Sergio X. Palma. Managua, 08-09 de julio de 2008.