sábado, 21 de agosto de 2010

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Disfrutar de esta tela, línea entre curva y cruda ¿Y si me ves? Quién será la praxis de ese viejo empapelado, desfasado entre la ironía de una pintura holográfica que descansa en su regazo. Será la línea que también es burla
Que también es risa
Que también es sal
Que también es hombre.
No será esa curva de tizas que una vez fue la espalda adolorida y endulzada por los polvos de un dios. De esa creación fatídica enraizada como proverbio del tiempo. Como canción emancipada de ese ejército de arena que se hunde, bajo las conquistas y palabras de guerras que nunca serán del cielo, y que dibujan manos a fuerza de dibujar espejos superpuestos en sí mismos.

Luigi Esposito Jerez

lunes, 21 de junio de 2010

Divagaciones y divulgaciones sobre libros

A menudo suelo pasar por las tiendas de libros usados del Mercado Huembes de esta capital con la curiosidad de saber que les ha llegado últimamente a los marchantes de osarios editoriales. Pero también con la esperanza de ser recompensado por la suerte de encontrarme con cierta obra antigua o reciente de algún autor conocido cuyo tema esté dentro de mi interés.
En algunas ocasiones esas visitas no han sido muy afortunadas ya que no encuentro nada interesante. No obstante, debo confesar que han sido más las ocasiones en que me he llevado obras cuya edición han desaparecido por décadas, en otras palabras reliquias, nacionales especialmente.
En otras ocasiones la fortuna es tal que he llegado justo cuando a los marchantes le han llegado algún lote de libros con “novedades”, como en una ocasión en que me encontré una enorme cantidad de libros sobre la teología de liberación, cuya mayor sorpresa no fue encontrar las obras de Gustavo Gutiérrez o sobre Helder Camera, sino el saber que la mayoría de los libros tenían el sello de la biblioteca personal de un sacerdote conocido.
Esos hallazgos de retazos de bibliotecas de personajes conocidos son cosa que ocurren a menudo en ese pulguero. Cuando se vista esos lugares, ni por asomo se siente el sosiego y la solemnidad de las librerías de nuevos libros y de editoriales conocidas. La venta de libros se hace con el mismo desenfado con que se vende una libra de papas. Y el sitio está tan revuelto y desordenado que el esfuerzo que se hace para encontrar un libro interesante, es similar al de las ventas de verdura. Recuerdo haber encontrado entre una ruma de libros llenos de polvo, junto a unos platos y vasos sucios de sus dueños, un libro de una ensayista argentina, en cuya primera página estaba escrita una afectuosa dedicatoria a Sergio Ramírez.

Días atrás pasé por la tienda de una de las marchante con quien tengo amistad, “La chela”. Como de costumbre comencé a remover rumas de libros, como un topo metiendo la mano en el fondo de algún estante o estirando la mano o inclinando el cuello para ver que son esas montañas de libros. Pues, ese día me encontré un libro titulado “Divulgaciones de Rubén Darío”, edición modesta del Ministerio de Educación. Era una de las tantas publicaciones realizadas por el Estado somocista durante la década de los cincuenta y cuyo merece una reflexión histórica.

El libro es una compilación de fragmentos de trabajos de diversos autores relacionados con la obra y vida de Darío, comentados por el periodista Gustavo Alemán Bolaños quien aparece como autor. En su organización se observa que se intercalan algunos cuentos, poemas y escritos periodísticos del poeta. Según el sub título que acompaña el título principal, es un “texto para la Cátedra Rubén Darío creada por el Ministerio de Educación pública de Nicaragua”.

Esa Cátedra fue fundada a mediados de la década de los cuarenta, en el marco de los esfuerzos del gobierno de Somoza García por hacer de la figura y legado del bardo, el elemento cohesionador de la sociedad nicaragüense, fragmentada por la violencia política. Intelectuales de diversas tendencias políticas recorrerían, durante los años que duró la Cátedra, los institutos nacionales, universidades y centros culturales de las principales cabeceras departamentales del país organizando conferencias sobre la obra del poeta leonés.

Fue una buena idea contar con un libro base para la Cátedra, en una época de decidía institucional por incentivar publicaciones de autores nacionales. Más aún aun cuando ese propósito tiene fines tan nobles como el contribuir a la difusión de la cultura. Al revisar los materiales esta obra, se evidencia un interés por hacer una apretada síntesis de todo el trabajo y vida del poeta, intercalando comentarios, pasajes de su vida con fragmentos de sus principales trabajos, los cuales aparecieron en libros cuyos títulos han quedado inmortalizados para la posteridad.

Lo contradictorio del libro, es la sección de anecdotarios, crónicas y cuadros, cuya temática enfatiza lo que el compilador/comentador, llamaría lo nicaragüense. ¿Cuál? La vida campestre, rural, y el imaginario supersticioso aún presente en la sociedad de la época (lo tradicional). Pareciera que el propósito es remover la vieja discusión del Darío nicaragüense, versus el afrancesado o europeizado, que el poeta sentiría en carne propia. Lo paradójico de este libro es que esas obras europeizantes o exóticas (donde la universalidad es evidente) poemas, cuentos o crónicas soslayadas adrede, o apenas referidas, no han envejecido, siguen tan frescas y actuales como el día que las escribió el poeta.

El intelecto en sombras

La idea inerte, cuyo trasfondo es un agujero negro, vacio y frio.
Que penetra en el inconsciente
de quienes han estado en sempiterno letargo mental.
Es el estandarte de quienes se regocijan en la ignorancia,
mas no saben que la indumentaria
de su exigua razón no alcanza a dilucidar la verdad.
Sus mentes están desnudas y famélicas del fruto de la vida.
Emprenden con denodada ineptitud, el genocidio literario,
Comentan, comentan, comentan
La boca se llena, y el espíritu fatuo sigue
El sendero de la oscuridad.
El torrente impetuoso se pronuncia petulante,
La verborrea de fútiles y pueriles palabras profanas
Es la rutina de quienes mendigan amor a la luz.
El eterno retorno se cumple
Y ellos seguirán siendo arrastrados
Por la espesa cadena de la ignominia
El ocaso nunca ha llegado a sus vidas,
Desconocen el misterio del superhombre
Los prejuicios y las torpes disertaciones
Han obnubilado el progreso de la sociedad
Es así como se consume la muerte de la humanidad
Entre las diatribas infructuosas
Y la apología a la mediocridad.

Ariel Linarte

jueves, 20 de mayo de 2010

Los Justos

Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

Jorge Luis Borges

lunes, 10 de mayo de 2010

Niños e izquierda

Quien dice a los niños
Tenéis que pensar como la derecha
es de derechas
Quien dice a los niños
Tenéis que pensar como la izquierda
es de derechas

Quien dice a los niños
no tenéis que pensar en nada
es de derechas
Quien dice a los niños
Es igual lo que penséis
es de derechas

Quien dice a los niños
aquello que piensa
y les dice también
que puede que esté equivocado
es quizá
de izquierdas

Erich Fried

viernes, 23 de abril de 2010

Placer real ideal

En momentos en los
cuales la magnificencia
del mundo retroaplicable
invade mi enajenada vida,
los estallidos de el
placentero proliferan a matar
el retroaplicable...
ser de estar tan ajeno
a mi...
Clama desesperadamente
mi alma sucia y negra.
Muerte a "tenues" sensaciones
existenciales del utópico
"ideal".
Mientras el otro yo, solo yo,
observa la irrealidad
de placer e ideal.
y piensa en el
"placer ideal irreal".

Romeo González

sábado, 6 de marzo de 2010

LA VIDA ENTRE LOS MUERTOS

* Fotografía de http://www.manfut.org. (06-03-10).

─ Comencemos ya que a las tres vienen ─ dijo Humberto López, veterano sepulturero de 64 años con una piel estragada por el polvo, el sol y el cemento. Su voz me parece un poco enferma por su tono ronco. Chaparro y con dientes amarillentos, tiene una fuerza descomunal demostrada por el golpe de la barra que suaviza la tierra para luego ser removida.

─ ¡Uh¡ Jamás vas a terminar con eso, esa barrita es muy pequeña ─ le dijo su ayudante, Víctor Espinales Sosa de 22 años quien dice laborar desde que sus padres lo trajeron a este lugar, es un joven de piel morena de contextura recia y parco en los gestos.

Cada palada de tierra se hace de manera casi estoica por las condiciones en que trabajan estos hombres. Cuando por fin la pala rechina contra el féretro, los sepultureros dicen que han encontrado el premio. Los familiares del muerto se acercan para ver el cadáver que hace seis años lloraban, pero las lágrimas que hoy lloran no son por él. Sacan el bulto enlodado y todavía entero y lo desclavan, un tufo nauseabundo como el de todas las pestilencias juntas es precedido por la tremebunda visión de los huesos negros con partes todavía en descomposición. Untado su cráneo todavía por signos de sudor o agua, es la primera parte de los restos que los hombres a mano pelada meten en la bolsa negra.

─ ¿Y no usan guantes o mascarillas?
─ Y para qué. Si de todos modos nos vamos a lavar las manos. El tufo no lo aguanto, pero ni modo así hieden las personas ─ me contestó López quien se reía de mí por usar mi libreta para aplacar la fetidez.

Como si en todo esto hubiese un rencor, sus manos recogieron sin reverencia o respeto alguno por la memoria de los familiares presente de un solo todos los restos de quien en vida fuera un vagabundo de 38 años, muerto por un derrame cerebral. Hoy sus restos están acompañados por los de su madre. Al final los huesos exhumados, son puestos al lado del nuevo ataúd.

La exhumación en este caso es permitida por las autoridades para poder enterrar un nuevo cadáver. Ya se habían cumplido los cuatro años para poder reutilizar la tumba que puede albergar a cuantos muertos se produzcan siempre y cuando se hayan cumplido el plazo estipulado.

El Cementerio General de Managua está en funciones desde 1948 cuando la administración del Doctor Víctor M. Román se vio obligada a construir un nuevo camposanto por la falta de espacios en los orientales y por el crecimiento de los ilegales. Durante la época de los años cincuenta se dio la división del terreno en primera, segunda y tercera clase. Irónico, pues la fortuna de la vida nos sigue después de la muerte.

En la siguiente década, se empezaron a construir las grandes bóvedas de las familias más importantes de Managua, algunas como copias al carbón asemejaban a las catedrales del país, otras con estilos góticos y una que otra con arquitectura renacentista daba un toque sofisticado a la muerte de los jerarcas y matronas de la vieja Managua sellando su vida con una frase en latín o una escultura facsímile de la piedad de Da Vinci. Todavía se pueden observar algunas de estos suntuosos mausoleos.

El sudor y la maleza que crece en las tumbas olvidadas provocan una alergia en la piel al que no está acostumbrado a las tareas del cementerio. “Es que tiene el cuero duro”, comenta Luisa Berríos, una de las jardineras que ha trabajado en esto 12 de los 38 años de su vida. Me cuenta que si quiero mantener una tumba “bien pijuda”, me alisté unas ciento treinta “bambas” cada mes si el muerto tiene lugar donde sembrar sus palitos, de lo contrario la cuota baja a cien córdobas.

─ ¿Cuántas tumbas cuida usted?
─ Por ahora cuido más de treinta ─ dice Berríos quien primero consulta en una libreta en su bolso sucio que cuelga a manera de delantal. Carga la pala y me invita a sentarme en una tumba protegida por la sombra de un hermoso árbol de quelite.
¬─ ¿Le da para vivir?
─ Es que a veces no te pagan. Juegan con uno, pero si no me diera para aguantarla ya no estuviera aquí¬.

En ese momento, entre los matorrales aparece un niño flaco con una piocha colgada de los pantalones desmechados del ruedo y la llama. Resulta que es sus hijos que la acompaña en las faenas de todos los días.

─ ¿Él trabaja aquí?
─ No. A todos nosotros nos acompañan nuestros hijos, los que trabajan son los mayores de dieciséis años.
Desaparece entre las cruces coronadas por las enredaderas que ahogan a un Cristo crucificado y a una foto del difunto. Entre las doce y las tres de la tarde, el sol hace insoportable la estancia en aquella necrópolis que a diario recibe entre tres y cuatro nuevos huéspedes, según las autoridades administrativas. Con ellos llega una nueva oportunidad para los sepultureros y los jardineros de conseguir un “rumbo”.

Para Enrique Molina con 59 años encima, esta es la forma de ganarse la vida entre tanto muerto. Lo veo venir con una bolsa de cemento a cuestas, su ceño se frunce en cada golpe de sus pies en el pavimento, al contrario de mi percepción es una persona amable y atenta, contesta a mis preguntas con gran entusiasmo. Me comenta que en el cementerio existe poca inversión, los familiares olvidan a sus difuntos y nadie se preocupa por las condiciones sanitarias de los trabajadores. Él y dos compañeros terminan de construir una nueva bóveda de cinco estratos de unos dos metros de profundidad de 0.90 metros de ancho por 2 de largo.

─ ¿Cuánto vale eso?
─ Con veinticinco mil la platicamos ¬─ me dice Molina que ya de cerca su rostro se mira deteriorado por las faenas diarias, sus manos están maltratadas por el cemento. La artritis ha hecho sus estragos en su caminar y en sus dedos que parecen arqueados ─ si la quiere doble con cincuenta mil más la hechura.
─ ¿Cómo contactan a sus clientes?
─ Sólo hablas con el contratista y él nos avisa.
Contratista que a veces cobra mucho más de lo que piden estos hombres, mientras él se pasea en una bicicleta por todo el cementerio supervisando la construcción de sus negocios.
─ ¿Qué medidas sanitarias tienen para su salud?
─ Nos lavamos las manos cada vez que comemos ─ me indica un barril de agua de un color verde, la misma con que hacen la mezcla para el trabajo.
─ ¿Cuál es el trabajo más duro que se hace aquí?
─ El de sacar muertos, además que da asco es perjudicial para nosotros ─ lo dice sin medir las dimensiones del riesgo sanitario que representa el contacto directo con los restos humanos.

Según las autoridades de sanidad del centro de salud de la zona, todos los trabajadores del cementerio deben estar vacunados contra el tétano y en constante revisión por que las enfermedades abundan entre el lodazal de las tumbas descubiertas. Además de eso, tienen que lavarse las manos constantemente con jabón germicida o alcohol al 70 % para controlar enfermedades como la tifoidea o la tuberculosis o las creadas por los parásitos.

Según el Arquitecto Leonardo García, asesor en planes urbanísticos de la Asociación de Municipios de Nicaragua, el cementerio debe contar con una ducha para que los trabajadores puedan asearse una vez terminadas sus labores, una recomendación que es ignorada por la administración del cementerio que alega que ellos no reciben nada de presupuesto para el camposanto.

“De la alcaldía no recibimos nada, los impuestos por las tumbas va a la central”, explica Elías Zapata, administrador del cementerio quien a diario tiene que lidiar con situaciones que demuestran el mal manejo de los documentos. A veces se aparecen familias con títulos del terreno que están registrado a nombre de otras personas, al constatar en los libros aparecen borrones que delatan el mal control.

Con canas que avizoran tiempos de vejez en sus sienes, Zapata ha hecho un esfuerzo por ordenar los registros de tan inmensa necrópolis que abarca 36 manzanas ubicadas en el lado norte del barrio monseñor Lezcano. Durante su administración, el cementerio ha albergado a 5048 cadáveres que se suman a los más de medio millón de humanos que se estima que descansan en este lugar. Las estadísticas se hicieron inexactas por el mal control y por el terremoto de 1972 que provocó 11 mil muertos enterrados en grandes fosas ubicadas en la entrada del camposanto.

Entre los Cristos que miran fijamente mil veces su destino de sufrimiento hacia el cielo, Ana Aguilar camina silenciosamente, es una anciana de setenta y pico de años cuya voz conserva el vigor juvenil, sus encrespadas canas se asimilan a motetes de algodón sostenidos por un aro. Sus manos derruidas por los tiempos son presas fáciles para el dolor. Cuenta que aquí conoció el amor, aquí lo perdió y aquí lo enterró. Uno de sus tres hijos también murió. Así que para ella el trabajo en el cementerio es una obligación doméstica.

─ Me debés cincuenta pesos ─ le grita a uno de los carretoneros de agua ─ Se los presté porque no tenía que darle a la mujer, cada vez que le pagan se va a beber guaro y no le deja nada a la pendeja. Es más, pasa todo el día con una chupeta en el carretón.

─Usted, sólo vivos se va encontrar aquí.

La veterana tiene más de 40 años de trabajar de jardinera y florera. Aduce que hasta que el cementerio no la reclame, ella seguirá dejando su esfuerzo en cada ramo que prepare. Ella hace chiste de lo irónico de la vida. “Tanto lujo y chuchada si de todos modos ni los vienen a ver”, expresa en referencia a las grandes bóvedas que se destacan en la entrada.

Nuestros sepultureros son seres que ya han perdido el miedo al final de sus días, hacen chiste de la muerte y hasta espanta su miedo con la faena diaria. Así como son creativos, son desconfiados, nadie como ellos para entender el egoísmo de la hora suprema. No son de la muerte, son con la muerte, de ella trabajan, de ella viven.
Byron Antonio Delgado Rocha

jueves, 28 de enero de 2010

El brindis de Minerva

Si se encuentra orgulloso en pensar que el vuelo de Minerva invade Nicaragua, entonces quiere decir que el mes de abril lo ha abandonado. Afirmo que Minerva invade los salones de gala, también sus grandes alas abrazan los vinos que se sirven en nocturnas celebraciones intelectuales, mientras los iniciados a la razón pura y a la dialéctica, se encuentran refugiados en la poesía y el cuento, y otros en la lectura de Paulo Coelho y de Gioconda Belli.

No deseo insultar al escritor o al lector, sino darle a conocer mi enojo cuando observo a rectores, embajadores o intelectuales difuminándose entre arrugas y mal aliento, sin recordar la praxis como característica propia que Latinoamerica ha promulgado en su filosofía.

La práctica, se ha convertido en charlas, lanzamientos de obras y brindis. Poseo un miedo a tal aburrido ritual, y a que un día tenga que alzar vuelo y olvidar lo que es hoy en mí, un abril eterno de quehaceres prácticos, y convertirme en un intelectual con pensamiento descabellado para las nuevas generaciones, siendo respetado por mí edad y no por el ingenio.

Eduardo Flores