viernes, 18 de julio de 2008

Recordando a mi padre

Existe entre mis recuerdos de infancia una tarde en que mi padre me llevó a conocer la Plaza de la Revolución, vi dos grandes retratos colgados del Palacio Nacional; uno lucía un sombrero, una chaqueta café y un pañuelo rojinegro en el cuello, su aspecto me era familiar por una foto que colgaba en la pared de mi vecino; el otro cuadro me presentaba a un hombre de gran sonrisa y lentes gruesos, no sabía quien era. No sé como, pero me alejé del alero paternal, corrí en dirección contraria a aquellos campanarios que me amenazaban con su sombra y me acerqué a un parlante que pregonaba un canto que me hacía saltar el corazón como si una rana o un saltamontes estuviese preso en mis costillas.

Caminé y encontré un bajorrelieve sobre luchas y guerras, un puño golpeaba al tirano, la patria construida por un cañón de gloria en piedra. A la vez, un niño olía pega a mi lado; una muchacha embarazada con su cabello mugriento se me acercó, con sus manos magulladas extendió un petate sobre la tierra y se acostó, una vieja desdentada y ciega pedía dinero o si no te insultaba, dos hombres con grandes ojeras esperaban en una piedra con impaciencia, y una señora con un delantal todo deteriorado era seguida por una romería de niños hediondos y harapientos con cuerpos color cenizo.

Todo se perdió – decía un caballero de gran elocuencia cercano a mi padre quien me llamó enseguida me vio.

Como si expresara palabras de plomo, el peso de sus recuerdos cargaban con la nostalgia de un sueño roto, una ilusión vencida por la realidad. Ese caballero se retiró sin más palabras, nosotros nos dispusimos a hacer lo mismo, mi padre llevaba un rostro crispado por la reflexión, turbado por los recuerdos, mencionó en un tono duro que ya nadie se acordaba de aquel lugar.

Más tarde me daría cuenta sobre todos los hechos que tanta nostalgia provocaba a mi padre, no era para menos, ese fue su sueño y de vez en cuando recordarlo lo hacía revivirlo, luego proseguía una reflexión que siempre terminaba en un adiós a aquel repaso a su memoria. Tal vez, lo que le pasa a mi padre es lo que yace en la conciencia de un país cuya ilusión fue truncada. Mientras tanto en mi mente se quedó grabado: “escucha pobre, el patrón a no comerá de tu pobreza”.

Byron Delgado

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