Que su estúpido poema lo había decepcionado. Eso pensó él cuando releyó aquella cosa, pero a él se lo habían dicho; antes no lo creía ni lo imaginaba. Más bien, se carcajeaba de tanto sinsentido y no-valor: Sus pensamientos amorosos habían sido pintarrajeados en el papel a rayas, y eso le inspiraba risa póstuma.
En un principio, ideó un castañuelo girando impúdico sobre la pista de baile de la sala principal. Los demás, tendrían que vestir de cenzontles amigos, pensó él. No podría ser de otra manera, decidió, a menos que a gusto y decisión de ellos optaran por danzar al son que les pusiera el señor de lentes y crucifijo. Pero siendo como era él ser todosupremo de sus insensateces y escritura, les quiso llamar cenzontles y no cardenales. Eso le costaría caro.
“Tendrá que hacerlos enojar” se dijo. “De su pequeñez y poca valentía se enriquecerá sigiloso aquel juglar sinvergüenza y descarado”. Esta sería la temática central de su comedia.
Satisfecho pues, de estos sus revoloteos neurológicos y pseudoliterarios, empezó ingenuo a trazar sin regla y transportador los renglones del poema fraguado. El costo de la crítica se iba incrementando a cada letra y por aquellos días, no se miraba mal que su precio lo fijaran los estorninos.
Arrebatado por su anochecer y encendido de maiquetías que habían sonado sobre el techo de su cuarto, se le vinieron en mente otras inteligencias y burlas decididas. Se rascaba los huevos de vez en cuando. La picazón, al fin y al cabo, tenía una fuerza que ni la lógica ni la polilla, tal vez más la polilla que la lógica, podían entender dentro del flácido dogma central de su necedad.
Mas de estas inferencias no se ocupaba aquel adicto cinetocoro, embelesado como estaba por el peluchito de su amiga y por el disparar nauseoso de la monstruosidad literaria que estaba creando. Será que el ofuscado jurista que escuchó, medio dormido, en el programa matinal, le había transfundido su destreza reburbujeante de trivialidades.
Así las cosas, siguió martillando, clavo a clavo, pared en pared. “Por los desiertos bajan los tuertos, querido lector”. De tal forma puntualizó aquel poema del trastorno. Era hora que lo rematara; sus huevos estaban rojizos. No soportarían que los continuara rascando con semejante ímpetu.
Terminando entonces su translación de consignas, se fue a acostar redimido. Al día próximo, colocaría en el mural de la universidad su más reciente embotellamiento psicológico. El que dirán no era precisamente su objetivo.
Pero dijeron…y dijeron que su garabato semejaba una polla hedionda. Lo hicieron del mejor modo que la prisa les ofreció: Pintarrajeando una verga estereotipadamente hedionda sobre el trasfondo del pizarrón.
Que su estúpido poema lo había decepcionado. Eso pensó él cuando releyó aquella cosa, pero a él se lo habían dicho; antes no lo creía ni lo imaginaba. Más bien, se carcajeaba de tanto sinsentido y no-valor: Sus pensamientos amorosos habían sido pintarrajeados en el papel a rayas, y eso le inspiraba risa póstuma.
Sergio X. Palma. Managua, 20 de mayo de 2008.
3 comentarios:
Triste. De verdad, Don Palma.
Triste.
Me aburro. Me gusta mas Luigi, definitivamente. Como alguien dijo una vez (voy a aplicarte la frase), creo que abaratas los momentos con palabras bonitas.
Mmm... Aburrido, sin sentido, cansado, no me gusto...
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