Era domingo, era tarde, era calor, era verano,
era mi casa donde estaba, soportando el cansancio,
lustraba zapatos bonitos, de lujo, lucidos
en bares, colegios, lugares precisos..
¿es que acaso pensaba?
no lo sé,
digamos que cavilaba
en el mañana, en el futuro,
que me espera
¿es que acaso me espera?
tampoco lo sé,
digamos que es paciente
a mi llegada
¿llegaré?
¡Ya basta!
Ve al grano,
saca esto de una vez,
di al mundo lo que viste,
en ese instante de sed,
de sopor, de calor,
de un inmenso esplendor,
¡Ya basta!
di todo,
sácalo ya…
estaba yo trabajando, mirando hacia fuera, fue cuando
bajo un roble sembrado hace años y eras,
pasaba este perro de larga cadena, ¡que pena!
no pude esperar ni aguantarme las ganas,
de mirar sus patas tambaleantes, no sanas,
sus ojos sinceros, más secos que el valle
de reyes tan duro, tan lejos, inmenso,
su hocico, que de un lado a otro ondulaba
sin giros, buscando comida, un poco de agua
para seguir vivo
nada más quiere este perro, nada más
es libre y cautivo, no sufre, ha sufrido,
avanza arrastrando esa pena, esas llagas,
esa larga cadena estampada en su cuello
otrora liberto, soberbio, ¡qué bello!
contrariando milenios de ciencia,
tratados y libros, más libros, conciencias
forjadas con sangre, con odio,
con sombras y noches,
delirios y bosques,
que el perro de larga cadena
me mira, con ojos, luceros,
mirada encendida,
tranquila, calmada,
centrada, directa, tan fija,
él come un pedazo de pollo
sobrante, fue alimento, fue sopa
de seres pensantes y ahora,
allí tirado, allí al aire,
es la cena, es almuerzo,
y es postre sin nombre
de perros y perras dispersos.
me dice:
Yo tengo un nombre, o lo tuve”
Sergio X. Palma. Managua, 2006.